18.3.20

Algunos pensamientos sobre el coronavirus 2

Hoy es mi cumpleaños número 32. Hace tan solo 10 días atrás tenía muchos planes para este día. No suelo festejar a lo grande mi cumpleaños, ni lo iba a hacer así este año tampoco. Pero los planes que tenía eran perfectos para mí: mi hermana, que vive en Río Gallegos, iba a venir por mi cumple (en principios de sorpresa, aunque me lo terminó contando unos días antes) junto con mi sobrinito, que nació el pasado 23 de noviembre y todavía no tuve ocasión de conocerlo, aunque lo deseo con todo mi corazón. Contaba los días y las horas para verlos. Explotaba de alegría. Hasta que, de un día para el otro (aunque ya se veía venir), simplemente hubo que cancelar. Y los planes cambiaron totalmente. Pensaba pasarlo con ellos y con mi familia más cercana, pero ahora ellos no vinieron, y no puedo ver a mi familia: mi papá está en cuarentena porque es más vulnerable al tener 70 años, mi hermano y la novia están en cuarentena, porque ella volvió de EEUU hace un poco más de una semana, mis suegros en cuarentena, porque mi suegra volvió hoy de España. Es un cumpleaños raro: solitos los cuatro en casa.

En estos días digo, en broma, que este año mi cumpleaños será el 18 de abril, y que de acá a un mes lo festejo. Pero la realidad es que... no lo sé. Espero que esto dure poco, pero no lo sé. Los chinos empezaron con esto en... ¿noviembre? Y todavía no terminaron, aunque gracias a Dios ya pasaron lo peor. Puede que esta situación dure meses. No sé si así, tal cual está hoy. O mejor, o peor... Pero puede, o es probable, que no sea tan "express" como todo a lo que nos (mal)acostumbramos en esta era.

No sé si voy a poder "festejar" mi cumpleaños este año (y la verdad, no me importa). Lo que es más: no sé si voy a poder conocer a mi sobrino este año (eso sí me importa...). No sé cómo será la vida de acá a un par de meses. Si todo cambió TANTO en tan solo 10 días, ¡qué podrá ser en unos meses! No sé cómo terminará todo; cuáles serán los números de los afectados, a quién le tocará y a quién no. No sé cómo vamos a hacer para reactivar la economía después de este gran freno (la personal y la nacional). Siento el peso enorme de esa sensación continua que te hace pensar "estamos escribiendo historia". Y no es la clase de historia que me gustaría escribir: Los que sobrevivieron al virus, estando encerrados en sus casas. No es por lo que me gustaría que nos recuerden. Y todo suena tan "de película", y a su vez tan "normal": quedarnos en casa. ¿Eso nada más? ¿No vamos a ir a la guerra, o pelear con zombies, o cruzar el espacio de planeta en planeta, sobreviviendo al ataque de robots alienígenas, para llegar a Alfa Centauri? No... Nos vamos a quedar en casa. Y nos vamos a quedar sin saber... sin las respuestas a estas preguntas. Yo no las sé, y no creo que las vaya a saber. Lo que sí sé es que Dios sigue al control. A Él no le toma por sorpresa todo esto (como ya dije), aunque a nosotros seguramente que sí. Tal como cuando Isaías tuvo la visión del capítulo 6, Dios sigue sentado en el trono del universo, aunque la situación política sea un caos (en ese caso, la muerte del rey Uzías; en este caso, un diminuto virus).

¡Qué bueno que las mujeres cristianas tenemos el mandato de aprender a amar a nuestros maridos y a nuestros hijos, y a cuidar nuestras casas (Tito 2:3-5)! Si estuvimos aprendiéndolo hasta acá, nos va a ser mucho más llevadero este tiempo de estar en lo que podemos llamar verdaderamente y con todo el corazón: nuestro hogar. ¡Y qué oportunidad para poner en práctica lo que aprendimos! Y si no lo hemos aprendido... se verán las falencias, tendremos un tiempo bastante más difícil... pero también es la gracia del Señor, dándonos otra oportunidad de aprender y conocerlo más. ¡Qué oportunidad para servir! ¡Qué oportunidad para amar y cuidar! También a mis vecinos, ¿por qué no? Es un tiempo donde el contacto tiene que ser muy limitado, pero... a lo mejor hay alguna ancianita que necesita algún mandado. Podemos pensar en quiénes son los más vulnerables y estar atentos a sus necesidades. Demostrar amor, aunque sea por WhatsApp.

Yo trabajo desde casa y hago Homeschool con los chicos, así que digamos que... estar todo el día en casa no está muy por fuera de lo "normal" para mí. Digamos que el cambio no es tan drástico. Pero es cierto que, aun estando acostumbrados al encierro diario, tratamos de, al menos una vez por semana, salir a un parque o hacer algo al aire libre, para que los muchachos descarguen un poco su energía. Nuestro patio es chiquito y de cemento. Nuestra casa es chiquita también. Tenemos que ser muy sabios para administrar este tiempo de encierro.

Debemos hacernos a la idea de que no sabemos cuánto va a durar esto. En primer lugar, ¡porque en verdad no lo sabemos! Pero también porque, en el "peor de los casos" (que en realidad sería el mejor), si esto dura menos de lo que prevemos, nos sorprendemos para bien y podemos volver pronto a nuestra vida normal (yo a la misma vida, ¡pero con parque! jaja). Pero si esto dura más, y no lo prevemos, podemos caer en una mentalidad de depresión, despropósito y en generar un mal humor en la casa que sea fácilmente contagioso por el encierro. Tampoco vamos a romantizar la cuarentena... No lo hacemos por gusto, y nadie está diciendo que vaya a ser fácil. Pero si no somos "intencionales" en cultivar una mentalidad equilibrada de nuestra responsabilidad, vamos a hacerlo mucho más difícil de lo que es.

Aprovechemos bien el tiempo. Nadie quiere tener tiempo "libre" por este motivo, pero tenemos más tiempo libre, ¿qué vamos a hacer con él? ¿Vamos a salir de esta cuarentena más sabios, con una relación familiar más profunda y estable, habiendo amado más y mejor? ¿Conociendo más de cerca al Señor? ¿O vamos a pasar el tiempo paranoicos viendo el noticiero 24/7 para saber absolutamente todo (y más) acerca del coronavirus, o perdiendo todo el tiempo en las redes, o en Netflix? ¿Vamos a tener una actitud frustrada de tener que cuidar a nuestros hijos todo el día, o vamos a aprovechar para amarlos? La verdad es que yo no tengo mucho tiempo más ahora; como dije, trabajo desde casa y hago Homeschool, así que mis responsabilidades siguen siendo las mismas... Pero también quiero saber qué puedo aprender de esta situación. Espero que podamos ser fieles a Dios en este tiempo, y no bajemos la guardia, principalmente de nuestros corazones.

Estoy convencida de que los tiempos de estrés o incertidumbre prueban nuestro corazón (¡y creo que este es un tiempo de ambas cosas!). Y, como dije en la entrada anterior, veo varias reacciones desequilibradas, y aun tengo que examinar constantemente mi propio corazón. 

Creo que la reacción que más abunda es la del pánico y el temor. Muchos de los que tienen esta reacción la tienen porque es algo muy personal para ellos: porque es probable que se encuentren entre los que tienen mayores factores de riesgo, o porque algún ser amado se encuentra en ese grupo. Y no los culpo; todos tenemos un ser amado en ese grupo. Yo misma estoy ahí por ser asmática. Pero veo en sus reacciones falta de esperanza; no hay nada estable debajo de sus pies en qué pararse. No hay salida para ellos, solo angustia. Y también he visto que muchas veces se trata de personas que no están en paz con Dios, que le temen a la muerte de manera desmedida porque saben, en el fondo de sus consciencias, que un Dios santo y justo no podría "dejarlos pasar". Estas personas le tienen miedo a lo urgente; pero es probable que apenas pase esta locura, si Dios quiere que pase, bien se olviden del peso de la espada que ahora sienten apretando sus pechos. Una vez que el sudor frío de la muerte pase, es probable que vuelvan a archivar sus Biblias en los estantes en los que por tantos años juntaron polvo y telas de araña, pero que ahora tienen cerca suyo, a modo de amuleto. Es probable que se olviden de las cosas profundas que hoy vienen a sus mentes. Y no pueden ver que solo es gracia: el trueno de Dios en medio del silencio que busca despertarnos de nuestro letargo, debería hacernos saltar de nuestras camas y nunca más volver a dar por sentado aquello que tenemos solo por préstamo: la vida, el tiempo, la familia, la compañía, la salud... Dios no es un genio de la lámpara ni un talismán a nuestro favor, para usarlo y desecharlo según nuestros deseos egoístas. Él es el dueño de todo. Él es el dueño de nuestro país, de nuestros recursos, de nuestra salud y también de este virus. "No os engañéis; Dios no puede ser burlado: pues todo lo que el hombre sembrare, eso también segará" (Gálatas 6:7). ¡No se burlen de Dios! Si en verdad le temen a la muerte, témanle más al que venció a la muerte. Si en verdad les preocupan sus almas, ¡pongansé a cuentas con Dios! Si se arrepienten, Él, que es rico en misericordia, los va a recibir. Él es la roca en la que pueden parar sus resbaladizos pies, y si están en Él ni aún la tormenta más fuerte los podrá derrumbar. ¡Arrepiéntanse y crean!

Otra reacción que he visto, menos común, pero igual de inoportuna, es la de los que piensan que "no es para tanto". Hay algunas personas que piensan que no hay que cuidarse tanto, que el gobierno está exagerando, o que preocuparse demasiado es no confiar debidamente en Dios. En los diferentes casos que he visto de este pensamiento, la sensación que me dieron es que algunos lo piensan por falta de información (o cansados de recibir demasiada información "de pánico", por lo que no los culpo), por falta de un desarrollo más profundo de la lógica de la información que reciben, o bien por una mala teología, en el caso de algunos creyentes. Supongo que cada uno tendrá diferentes motivos para pensar así, pero la línea de pensamiento más frecuente que yo he visto es: "Este virus es como cualquier otro, el nivel de mortalidad no es mayor a cualquier otro virus que nos enfrentamos todos los años, afecta mayormente a los ancianos, así que es poco probable que yo me enferme y mucho menos que me muera". Hay bastante verdad en eso, pero hay algunas cosas que se pasan por alto: En primer lugar, podrá ser menos o igual de mortal que un virus común, lo cual no es una tasa de mortalidad muy alta, pero aún así mata. Y es un virus nuevo, por lo cual no tenemos anticuerpos para reaccionar ante él. Y si lo llevamos aún más allá, tampoco tenemos estudios previos al respecto, como para saber cómo se va a comportar y si no va a mutar. En segundo lugar, es cierto que sólo afecta mayormente a una parte de la población menor en cantidad, pero... ¿es por eso menor en su valor humano ante Dios? Si son los más débiles, deberíamos cuidarlos, en lugar de entregarlos. Si fuera el caso de que el gobierno está exagerando o la información está siendo inflada, no perdemos nada. Prefiero para fin de año tener a mi papá y reirme de cómo exageré cuidándonos. 

No es necesario cuidarse y aislarse precisamente porque uno vaya a tener miedo. Yo no tengo miedo, pero tengo una fuerte impresión de mi llamado en Jesús a cuidar a los más indefensos, y en este caso eso implica quedarme en casa. Como dije, yo misma estoy en el grupo vulnerable; no siento miedo por mí, pero yo sé en carne propia lo que es no poder respirar, y no se lo deseo a nadie. Espero que todos juntos refrenemos esto todo lo que podamos, para que nadie tenga que pasarlo. Veo acá la oportunidad de poner en marcha "la regla de oro": amar a nuestro prójimo como a nosotros mismos, y hacer con los demás como quisiéramos que hicieran con nosotros. Supongo que no está mal querer respirar con claridad. Como dije, deseo que otros puedan respirar con claridad también. 

Pero veo también en ese pensamiento que niega o disminuye la situación, o sobre todo en aquellos que apelan a Dios de manera errónea diciendo que es "falta de fe" tomar precauciones, una teología desvirtuada que "tienta" a Dios. Cuando Satanás tentó a Jesús en el desierto, su tercer intento de hacerlo pecar consistió en decirle que "si verdaderamente era el Hijo de Dios" se tirara de la parte más alta del templo, porque Dios lo iba a rescatar (y esto, citando las escrituras de manera torcida), a lo que Jesús le contestó: "no tentarás al Señor tu Dios" (Lucas 4:9-12). Jesús sí era el Hijo de Dios, y Dios sí tenía el poder para salvarlo de caer (tal como tiene el poder hoy de frenar esta pandemia en tan solo un minuto, si Él así lo quisiera), pero no podemos tentar a Dios. No somos nosotros los que le decimos a Dios lo que tiene que hacer. No podemos disfrazar nuestra irresponsabilidad con teología, que ni siquiera encuentra respaldo en las escrituras. Dios nos llama a confiar y a actuar. Dios nos llama a amar. Dios nos llama a cuidar. Dios nos llama a traer paz en medio de la tormenta, y a ser luz a los que no lo conocen.

Estos fueron los dos grandes desequilibrios que he visto. Pero, gracias a Dios, no fueron las únicas reacciones. He visto muchas más, y entre todas ellas he visto la reacción de aquellos pocos cuya esperanza está en Dios, que saben que "si viven, para Él viven, y si mueren, para Él mueren", y para quienes "vivir es Cristo, y morir es ganancia". Ellos ven esto como una oportunidad para amar, y se refugian en Aquel a quien obedecen los montes y los vientos, los truenos y todo lo creado. No hay temor en sus ojos, pero sí responsabilidad y servicio. ¡Que el Señor nos haga ver más claramente sus bendiciones! ¡Y que todos los pueblos le conozcan!



Te amo, oh Jehová, fortaleza mía. 
Jehová, roca mía y castillo mío, y mi libertador; 
Dios mío, fortaleza mía, en él confiaré; 
Mi escudo, y la fuerza de mi salvación, 
mi alto refugio. 
(Salmos 18:1-2)

12.3.20

Algunos pensamientos sobre el Coronavirus

Hace unos 4 meses, cuando todavía no se conocía el primer caso de Coronavirus, ni estaba en nuestros pensamientos, con unos amigos jugamos a un juego de estrategia llamado "Pandemic" (Pandemia), en el que todos los jugadores (cada uno con su propio rol) trabajan juntos (es un juego de "cooperación", no de "competencia") para erradicar 4 enfermedades que amenazan al mundo, mientras las mismas van creciendo. Fue muy divertido, y verdaderamente aleccionador. Pero, aunque lo disfruté mucho, hoy no podría jugarlo; me daría escalofríos pensar que así como nosotros 4 debatíamos qué hacer para correr contra el reloj y salvar a una humanidad ficticia, hoy en día los gobernantes lo están haciendo por nosotros, vidas humanas reales. Me impresiona pensar que no son solo números, son personas. Que podría ser cualquiera de nosotros.


En mi opinión, lo más increíble de todo es pensar que Bill Gates lo predijo hace 5 años y que, de haber escuchado, hubiéramos tenido tiempo más que suficiente para prepararnos. Y no lo predijo porque fuera un "profeta" o un súper iluminado; simplemente parece ser un hombre de mente profunda, que analiza las cosas. No es que haya visto el futuro, sino que lo proyectó desde el presente que teníamos y se dio cuenta de un punto ciego enorme. Para él, el sistema de salud estaba siendo dejado de lado y no iba a dar abasto en caso de una pandemia de esta magnitud. 


Y eso está pasando a nivel mundial, en cada sistema de salud. Parece ser que solo los chinos están pudiendo hacer algo. A los italianos se les fue de las manos, a los españoles también. Al gobierno argentino... Bueno, es un caso aparte. Antes de que se diera el primer caso en nuestro país, el ministro de salud, Ginés González García, dijo que las probabilidades de que el virus llegara a la Argentina eran bajas y que "Argentina es el país más distante de China; ni siquiera tiene vuelos directos a ese país. Si alguien viene de China pasa primero por otro aeropuerto que también tiene sus controles. Además estamos en verano, una estación donde los virus no se transmiten con tanta facilidad". A mi parecer eso que dijo da muestra de una ignorancia atroz, y no solo de ignorancia, sino también de "tirarle la pelota a otro", al decir que otros aeropuertos se encargarán. Suena a que "lo anotó en su máquina de escribir invisible", como el jefe Gorgory. Hoy por hoy, este hombre reconoce que creyó "que el virus iba a tardar más en llegar". Lamentable... Se dio cuenta tarde de la gravedad del asunto, y ahora tenemos 21 casos, dentro de los cuales se cuenta el primer caso de muerte en América Latina. En todo este tiempo los controles fueron una burla: una mera declaración jurada para los que venían de países en riesgo, afirmando no tener síntomas ni fiebre. Sin cuarentena, al menos hasta hace unos días (cuando las cosas empezaron a írseles de las manos).


Ahora bien, en la era de la Internet, en la que la información está siempre disponible para nosotros a un solo clic de distancia y en la que, por medio de las redes sociales, cada uno puede ser el conductor de su propio "noticiero" (lo sé: ¡yo incluida!), es muy fácil caer en uno de dos extremos: pánico por el avance vertiginoso de la enfermedad, o falta de reacción, al pensar que todo es exagerado, o que no nos va a tocar. He visto ambos... 


Es importante poner las cosas en equilibrio, conocer la información necesaria y actuar, sin caer en el pánico o la histeria. La realidad es que si bien la tasa de mortalidad del covid-19 va en aumento (recordemos que los números se van calculando con los casos, al ser un estudio nuevo), sigue siendo una tasa baja. El hecho de que mate en absoluto ya es terrible de pensar, pero lo expertos dicen que es "menos mortal" que la gripe común. Lo que lo hace tan terrible es su rapidez de contagio, porque entonces al ver los números de mortalidad, sí son altos, aunque solo representen un porcentaje menor. Pero eso no significa que todo el que se contagie se va a morir, ni mucho menos. El primer contagiado en Argentina dio una nota (por Internet, por supuesto) en la que contaba que está muy bien, sin fiebre desde el segundo día, y que solo cumple la cuarentena.


No soy experta en el asunto (la información hasta ahora la recopilé de lo que fui leyendo... pero si alguien discrepa o tiene otra información, con gusto la leo). Pero más allá de lo "medicinal" del asunto, que obviamente no es lo mío, quisiera compartir algunas pequeñas reflexiones para tener en cuenta. Algunas cosas que nos recuerda el Coronavirus:



  1. En primer lugar, el Coronavirus nos recuerda que estamos bajo maldición, que en este mundo caído todo va en descenso, a veces más rápido y a veces más lento... pero cuando pasa algo como esto, que aumenta un poco la velocidad, nos permite ver lo "corrompible" de nuestra naturaleza. Todos vamos a morir; lo sabemos y evitamos pensarlo. Pero cuando nos encontramos con un virus que está matando a miles de personas a nivel mundial, por más baja que sea la probabilidad, nos preguntamos: ¿me tocará a mí? Tenemos la sentencia de muerte sobre nuestras cabezas, y cuando vemos al ángel de la muerte pasando, no podemos evitar sentirnos vulnerables. ¡Porque lo somos! Miren si no lo seremos, que un pequeño virus, invisible para los ojos humanos de lo diminuto que es, puede hacer lo que está haciendo. Hay un sentido en el que ni aún la persona que tome las mayores medidas de seguridad para evitar el contagio, puede estar 100% segura. El virus es demasiado fuerte, demasiado rápido, demasiado imperceptible.
  2. En segundo lugar, y aunque no parezca algo muy importante ahora, este virus nos recuerda que somos todos iguales. Estamos todos juntos en esta lucha; la ganamos o la perdemos todos. No hay argentino, ni chino, ni español, ni estadounidense... somos todos contra el virus. Cada vida humana que se pierde en esta lucha es eso: una vida humana, en cualquier parte del mundo. Y eso debería volvernos empáticos. Este virus resalta, o debería resaltar para nosotros al menos, el valor de la vida humana.
  3. A Dios no le toma por sorpresa este virus. Dios lo previó antes de que nosotros lo supiéramos; y no solo lo "previó" a la forma de Bill Gates, anunciando lo inevitable, sino que él lo permitió y él lo controla: "...porque yo soy Dios, y no hay otro Dios, y nada hay semejante a mí, que anuncio lo por venir desde el principio, y desde la antigüedad lo que aún no era hecho; que digo: Mi consejo permanecerá, y haré todo lo que quiero" (Is. 46:9-10); "...él hace según su voluntad en el ejército del cielo, y en los habitantes de la tierra, y no hay quien detenga su mano, y le diga: ¿Qué haces?" (Dn. 4:35)
  4. Nuestra esperanza como hijos de Dios, es esa: que nuestro Padre amoroso está al control. Para ser sincera, como argentina me preocupa que en estos momentos nuestro sistema de salud esté en manos de un hombre al que el virus "lo tomó por sorpresa" (por no decir que lo golpeó en la cara). Pero confío en que, antes de ser jurisdicción de Ginés González García (quien, por cierto, ¡para promover el aborto sí que se prepara!), es jurisdicción de Alguien que está por encima de él y que, como le dijo Jesús a Pilato: él no tendría autoridad si no le fuera dada de arriba.
  5. Entrar en pánico es desconfiar de la soberanía y de la sabiduría de Dios. Como hijos de Dios, no debemos dejar de cuidarnos y cuidar a los que nos rodean, y tomar las precauciones necesarias para evitar la expansión del virus y "poner nuestro granito de arena". Pero entrar en pánico o en ansiedad, no sería digno de Aquel que nos dijo: "¿No son ustedes de mucho más valor que las aves del cielo (a las que Dios cuida y sustenta)?" (Mt. 6:26). Haríamos bien en seguir el consejo (o más bien, mandato) de Pablo: "Por nada estéis afanosos; antes bien, sean conocidas vuestras peticiones delante de Dios en toda oración y ruego, con acción de gracias" (Fil. 4:6). Y entonces tendremos el resultado, que para este mundo sin Cristo y sin esperanza es imposible: "Y la paz de Dios, que sobrepasa todo entendimiento, guardará vuestros corazones y vuestro entendimiento en Cristo Jesús" (v. 7). Esta enfermedad no dicta nuestro futuro; ¡Cristo lo dicta! Ya sea que este virus nos toque o no, él está al control.

3.1.20

6 cosas que desearía que todos sepan en este nuevo año que comienza

     Cada nuevo año que comienza nos trae a todos un tsunami de pensamientos, recuerdos y desafíos. Es un tiempo de balance personal, en el que cada uno repasa en su mente las pérdidas y ganancias que el año que se va le deja; las caídas y las subidas, los vicios y las virtudes que sembramos (consciente o inconscientemente). Toda acción tiene su reacción y, aunque la vida sigue en 2020, seguro que muchos nos estamos lamentando de muchas cosas que hicimos mal en el 2019 y que ya no podemos cambiar, y animándonos a seguir creciendo en las cosas buenas que vimos nacer en nosotros.
     En lo personal, este 2019 fue un año de mucho aprendizaje, de muchos y muy variados cambios, pero sobre todo de ver la fidelidad y la bondad de Dios en cada detalle. Aprendí mucho de su soberanía y pude ver cómo Él orquestaba lo que yo nunca hubiera planeado para mi bien. Cada momento de cada día Él me sostuvo. Algunas veces lo vi con facilidad y otras me llevó más tiempo... pero cada vez que miraba hacia atrás, en días, meses, ¡años!, pude ver sus huellas. Cada promesa que me había recordado tantas veces cobró un valor más profundo para mí. La misma promesa, el mismo significado, vista a una nueva luz que la hacía brillar aun más. 
     Tantas veces me sentí avergonzada porque Dios fue tan bueno conmigo en todos estos años de caminar con Él y yo no soy (todavía) lo que debería ser... Y este año no fue la excepción. Aunque amo, sé que todavía no amo tanto como Cristo me amó; mi amor es débil, mi amor está contaminado muchas veces por mi propio orgullo, por el qué dirán, por la comodidad. Supongo que hasta un Rembrandt se vería confuso en el proceso antes de que esté terminado, pero es mi deseo que todos los que me vean puedan ver en mí cada vez más de Cristo. Y este año que se va nos deja a todos un día más cerca del día en el que estemos frente a Él, por eso es mi gran y mayor deseo en este nuevo año poder ser más como Él. Digo junto con Juan el bautista: "Es necesario que Él crezca, y que yo disminuya" (Jn. 3:30). En las palabras de Juan Calvino: "Todo lo malo que veas en mí, soy yo mismo. Todo lo bueno que veas en mí, es Cristo".
     Por eso desearía decirle a toda persona que conozco y que no conoce a Dios, que verdaderamente lamento mucho cada vez que no haya sido 100% como Jesús. De verdad quiero amar como Él amó. Es por eso que hay 5 cosas que desearía que todos supieran acerca de los cristianos:

  1. No todo el que se hace llamar cristiano lo es: "No todo lo que brilla es oro", dice el refrán, y entre los que se hacen llamar "cristianos" (que son muchos) esto también es cierto. Pero Jesús mismo lo advirtió: "No todo el que me dice: «Señor, Señor», entrará en el reino de los cielos, sino solo el que hace la voluntad de mi Padre que está en el cielo. Muchos me dirán en aquel día: «Señor, Señor, ¿no profetizamos en tu nombre, y en tu nombre expulsamos demonios e hicimos muchos milagros?». Entonces les diré claramente: «Jamás los conocí; ¡Aléjense de mí, hacedores de maldad!»". (Mateo 7:21-23, NVI). Por eso nos enseñó cómo hacer para reconocer a un verdadero cristiano: "Por sus frutos" (versículo anterior), como a un árbol, que no puede dar otra fruta que aquella que su propia especie da.
  2. Los cristianos no somos exactamente las mejores personas del mundo: En ninguna manera estoy justificando a las personas que se hacen llamar cristianos pero que con sus acciones dicen todo lo contrario, porque, como ya dije, Jesús mismo nos enseñó a diferenciar entre sus verdaderos seguidores y los "charlatanes" precisamente por la forma en que viven. A lo que me refiero es más bien a la clase de persona que Jesús elige para que sean sus amigos... No los elige porque sean los más inteligentes, ni los más fuertes; sino lo más "necio" y lo "débil" y "lo que no es" (1 Corintios 1:27-28). Los amigos de Jesús cuando estuvo en esta tierra no fueron los reyes, ni principales de la época; no fueron valientes (por sí mismos), ni eran en general los más preparados intelectualmente... ni siquiera eran los religiosos. Sus amigos eran torpes pescadores, cobradores de impuestos, prostitutas, samaritanos; personas despreciadas por la sociedad. Jesús mismo, como el gran médico espiritual, dijo: "No son los sanos los que necesitan médico, sino los enfermos. Y yo no he venido a llamar a justos, sino a pecadores" (Mateo 2:17). Así que el que se diga cristiano, pero nunca se haya reconocido como verdaderamente perdido y necesitado de un Savador, no sabe nada del cristianismo y no tiene nada que ver con Él. Eso es lo que hace a los cristianos humildes; creciendo en semejanza a Cristo, pero con consciencia de que no serían buenos por sí mismos si no fuera por lo que Cristo hizo en ellos.
  3. Nadie nunca va a ser perfecto en esta vida (sólo Jesús lo fue), pero los cristianos anhelamos y nos esforzamos por ser cada vez más parecidos a Cristo: Nadie que haya conocido verdaderamente a ese Jesús que se acerca a los peores pecadores, les da una nueva oportunidad y les cambia el corazón, puede permanecer igual. Es eso lo que hace toda la diferencia entre quienes en verdad le conocen y quienes no. Como el ejemplo que dio un hombre al que respeto mucho, llamado Paul Washer: si yo tuviera que encontrarme con vos y llegara una hora tarde y al llegar te dijera: "Disculpame la demora, es que estaba viniendo y me atropelló un camión"... vos no me creerías. Porque es imposible tener un encuentro cercano con algo tan grande (como un camión o mucho más... ¡como Dios!) y no ser cambiado por completo. Si fuera un camión, probablemente no viviría para contarlo. Si fuera Dios ya nunca sería la misma persona.
  4. Los cristianos no somos "los dueños de la verdad": Nada más lejos de la realidad. Los cristianos fallamos, y muchas veces aun entre nosotros no logramos ponernos de acuerdo. Tratamos de ser fieles a Dios, pero muchas veces no logramos ver qué es lo que Él quiere a la primera. Queremos parecernos a Jesús, pero Él fue un equilibrio tan perfecto entre justicia y compasión, rectitud y amor, que muchas veces nuestra balanza se inclina para algunos de los lados y nos perdemos por un momento; y nos volvemos lentos para amar al ver la maldad que hay en el mundo, o nuestra justicia se hace torpe por no ver que el verdadero amor es justo. Pero que los cristianos muchas veces fallemos en nuestra representación de la verdad no quita el hecho de que...
  5. Sí existe una única verdad: Cada uno puede tener una percepción distinta y subjetiva de las cosas, y es cierto que cada cual está afectado por la crianza que tuvo y por las experiencias que lo marcaron en la vida. El color amarillo puede despertar distintos recuerdos en cada persona, y habrá tantos pensamientos concernientes a ese color como cabezas pensantes haya en el mundo. PERO el amarillo siempre va a ser amarillo. Nunca nadie va a cambiar eso. Aunque le cambiáramos el nombre, no cambiaría la esencia del color. Aunque todos nos volviéramos ciegos de repente, él seguiría estando ahí. Aun si a una persona le gusta ese color y a otra no, a él no le afecta. Así es con la verdad. Todos podemos estar equivocándonos, pero existe una verdad más allá de nuestra percepción y siempre va a existir. No es cierto que "todos los caminos llevan a Roma" en este caso. Si algo es verdad, lo contrario tiene que ser mentira. Jesús dijo: "Yo soy el camino, la verdad y la vida" (Juan 14:6). Podemos no creerle, podemos pensar que estaba loco; pero lo que dijo o es verdad o mentira. No hay puntos medios. Entonces no podemos simplemente decir "esa es la verdad que Él tenía"; o era verdad, o no lo era. En las palabras del cantante español Marcos Vidal: "Si es verdad que existe Dios, será importante encontrarle".
  6. Los cristianos queremos vivir conforme a esa verdad y llevar a otros a conocer aquella verdad que nos liberó: Como dije, los cristianos somos personas imperfectas que nos cruzamos con el perfecto amor de Dios y fuimos cambiados al conocerle. Estábamos presos de nuestros pecados, que nos alejaban de Dios, y Él con su verdad nos liberó. Jesús dijo: "Conocerán la verdad, y la verdad los hará libres" (Juan 8:32, NVI). El deseo de todo cristiano es compartir con todos la verdad que lo liberó. Es mi deseo en este año que todos puedan conocerlo. Jesús, siendo Dios, vino al mundo, nació, creció, vivió una vida perfecta (¡la que nosotros nunca pudimos vivir!) y murió en la cruz para pagar por nosotros el precio que no podíamos pagar por nuestros pecados. Al tercer día volvió a la vida y un día va a volver para juzgar a los vivos y a los muertos según sus obras. "Está establecido que los seres humanos mueran una sola vez, y después venga el juicio" (Hebreos 9:27, NVI). Todos pecamos, así que por nuestras obras estamos separados de Dios por defecto (Romanos 3:23), pero la buena noticia es que, habiendo muerto Jesús por nuestros pecados, podemos tener reconciliación con Dios por medio de Él. Y ese es su deseo también. Por eso nos llama y nos promete: "al que a mí viene, no lo rechazo" (Juan 6:37, NVI). Él disfruta en tener misericordia y en salvar: "¿Qué Dios hay como tú, que perdone la maldad y pase por alto el delito del remanente de su pueblo? No siempre estarás airado, porque tu mayor placer es amar. Vuelve a compadecerte de nosotros. Pon tu pie sobre nuestras maldades y arroja al fondo del mar todos nuestros pecados" (Miqueas 7:18-19, NVI). Él recibe a todos los que se arrepienten de sus pecados y se vuelven a Él confiando en Él.
     En cuanto a mí, deseo seguir creciendo en este año. Y me gozo de poder decir con John Newton:  

No soy la persona que debería ser, 
no soy la persona que quisiera ser, 
no soy la persona que espero ser; 
pero, por la gracia de Dios, 
no soy la persona que solía ser.

24.12.19

La trampa de la Navidad moderna

    Llegó el día. Esta noche es Noche Buena, y otra vez vuelve la Navidad. Hace rato la venimos esperando y desde hace casi un mes ya se dejan ver los adornos en las calles y en las casas. Abundan los planes y preparativos. La casa huele dulce y se ve muy colorida. Los niños esperan ansiosos por los regalos. Los grandes preparamos la ropa.

    Es una época de mucho movimiento. Probablemente el mayor movimiento del año. Eso es bueno para los comercios y casi para cualquier rubro que, probablemente, si la venta es buena, puedan subsistir el mes de enero, cuando las ventas caen por las vacaciones. Todos parecen tener buen ánimo y esperanza, pero ¿esperanza en qué? A juzgar por sus hechos, pareciera que la esperanza está en la plata. No hay mucha, pero la poca que hay parece esfumarse... Compras de acá, compras de allá. Regalos, comida, ropa... Casi que no importa cuál sea el gobierno de turno, que acaba de cambiar; que si fue culpa de Macri o si Fernández está haciendo todo mal... Nos duele que el dolar esté pisando los $80, pero eso no nos frena del consumismo. Compras y más compras. Generamos deudas que probablemente nos acompañen por varios meses. ¿No es cierto esto? ¿No pareciera ser que la Navidad se trata de gastar y gastar? Y sin embargo, ¿no es acaso la Navidad el recordatorio del nacimiento de un niño pobre, tan pobre que no tuvo otro lugar donde nacer más que un pesebre en un establo? Sí, Él era más rico que todos nosotros, Señor de todo lo que existe, pero... ¿no es cierto que la Navidad cuenta acerca de cómo se despojó de todo eso? Y no sólo de su riqueza material, sino también de su Majestad Celestial. ¿No es cierto que la Navidad habla de humildad?

    El salmista nos dice en el Salmo 49:6-9: "Los que confían en sus bienes, y de la muchedumbre de sus riquezas se jactan, ninguno de ellos podrá en manera alguna redimir al hermano, ni dar a Dios su rescate (porque la redención de su vida es de gran precio y no se logrará jamás), para que viva en adelante para siempre y nunca vea corrupción". Seguramente esta noche vamos a estar con gente a la que amamos mucho. Deseamos estar con ellos y gastamos nuestro dinero en ellos si podemos, pero nuestro dinero no los salva. Nadie puede salvar a su hermano. El dinero no salva a nuestras familias, porque la redención de sus vidas es de gran precio y ¿qué son algunas monedas para el Señor del cielo y de la tierra (Sal. 24:1), que tiene tanto que si tuviera hambre no nos lo diría a nosotros (Sal. 50:12)? 

    Todo hombre tiene una deuda impagable con la justicia de Dios, porque todos pecamos y nos alejamos de Él (Ro.3:23). Dios podría haber prescindido de nosotros, ya que fuimos nosotros los que nos alejamos de Él y le declaramos la guerra, aún cuando eso era un acto de suicidio de nuestra parte, por alejarnos de la Fuente de Vida... Y aún podría prescindir de nosotros, si no fuera porque quedó atado a nosotros en amor por su promesa, porque Él cumple sus palabras. Y su promesa fue la de un Salvador: "Dará a luz un hijo, y llamarás su nombre JESÚS, porque Él salvará a su pueblo de sus pecados" (Mt.1:21). En amor, Dios nos mandó Él mismo el rescate por nuestros pecados y la reconciliación con Él que nosotros no podíamos comprar. El salmista no sabía eso: Nadie puede salvar a su hermano... excepto Uno: ¡Dios mismo! Dios hecho carne, el Creador metido en la creación, pisando nuestro suelo, llamándonos "hermanos" (He. 2:11).

    Y ahí lo tenemos... pobre, indefenso, en un pesebre. Nació, y creció y vivió la vida que nosotros nunca pudimos vivir, cumpliendo la ley de Dios en todo aspecto. Y murió para pagar nuestra deuda y reconciliarnos con Dios. Y resucitó porque Él es Dios, y porque el Padre había aceptado el pago y estaba satisfecho. Él es el camino al Padre. Y la Navidad no es sólo el nacimiento de un hombre sabio, de un rebelde de su época, ni de un ejemplo a seguir meramente. Él es "el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo" (Jn. 1:29). Él es el más grande regalo que pudo haber recibido nuestro mundo. Y hoy todavía se nos dá.

    La trampa de la Navidad moderna es que creemos que valemos por lo que tenemos, y que cuanto más tenemos más podemos impresionar a otros. Pero lo cierto es que por más cosas materiales que tengamos, si hoy nos vamos de este mundo, ellas no van a pagar nuestro rescate. Dios nos diría como al hombre de la parábola: "Necio, esta noche vienen a pedirte tu alma; y lo que has provisto, ¿de quién será?". A lo cual Dios mismo concluye: "Así es el que hace para sí tesoro y no es rico para con Dios" (Lc. 12:20-21). Pero la gracia de nuestro Señor Jesucristo es tal que "por amor a nosotros se hizo pobre, siendo rico, para que nosotros con su pobreza fuésemos enriquecidos" (2 Co. 8:9). Pero enriquecidos para con Dios, enriquecidos de verdad. No nos olvidemos de lo más importante. Nuestras familias no necesitan nuestros regalos; necesitan al verdadero regalo de la Navidad: Cristo.

25.11.19

¿Dónde está, oh muerte, tu aguijón?

Hace poco tuve una conversación muy interesante con mi hijito mayor. Me preguntó acerca de la muerte. Pude ver en su carita que de verdad quería saber. No era un tema al azar, sino que era un asunto que verdaderamente le preocupaba.

Ahora bien, creo que vale aclarar que, aunque Natán tiene 4 años recién cumplidos, con mi esposo nos tomamos muy en serio nuestras conversaciones con él, por más "ocasionales" que sean. No nos gusta "sacárnoslo de encima" con "pequeñas mentiras" o respuestas livianas. Aparte de estar convencidos bíblicamente de que eso está mal, creemos que no sería la mejor forma de aprovechar su brillante mentecita y de hacer buen uso de nuestro llamado como padres a no provocar a ira a nuestros hijos, sino criarlos en la disciplina y amonestación del Señor (Ef. 6:4), enseñándoles para eso todo el consejo de Dios (Hch. 20:27). Su mundo está en expansión a esta edad; está adquiriendo conceptos que probablemente lo van a acompañar el resto de su vida, y que van a moldear toda su manera de pensar como adulto, aunque hoy solo veamos al niño y nos cueste creerlo así. Lo que yo no le enseñe se lo va a enseñar el mundo. Una oportunidad no aprovechada es una oportunidad perdida. Es por eso que a su corta edad ya hemos hablado prácticamente de todo (incluyendo temas doctrinales difíciles y sexualidad; obviamente no dándole más información de la que necesita tener en esta etapa y en un lenguaje comprensivo para él, pero con total naturalidad). 

Entonces... hace poco surgió el tema de la muerte. Y, como decía, parecía estar interesado al respecto. Estábamos hablando y de repente me preguntó: "¿La gente grande se muere?" (Hasta el momento, aparte de la muerte y resurrección de Jesús, solo había escuchado de la muerte de las cucarachas a las que les poníamos veneno, o había pensado en la muerte como algo "muy grave" que podía pasarle a alguien, como cuando le decíamos que tenga cuidado con su hermanito que le podía hacer mal y su respuesta era: "¿Se puede morir?"). "Sí, mi amor. La gente grande cuando se hace muy viejita muere". "¿Los abuelos se van a morir?", me preguntó enseguida. "Sí, mi amor. Algún día...", le respondí. 

Entonces empezó en su mentecita un proceso lógico que ya no podía parar. Ni quería. Por su bien. Empezó a preguntarme por los tíos y por nosotros (papá y mamá), poniendo cada vez más peso de preocupación en la conversación y con una tristeza cada vez más evidente. Hasta que finalmente preguntó: "¿Yo... me voy a morir?". Y, ¿Para qué mentirle, si fue lo primero que vino a mi mente cuando lo parí? Igual que cuando parí a su hermano... Lo mismo que cuando me casé... Igual que cuando hace un par de semanas mi papá de casi 70 años y que vive solo no me atendió el teléfono por casi 3 horas, cuando se suponía que iba a venir a casa a tomar mates y ver a los chicos como todos los sábados a la mañana... O como cuando hace un par de semanas un pariente se ahogó en un almuerzo familiar y se desmayó... Igual que cuando me enteré hace como un mes que había fallecido el hijo mayor de Toby Mac, uno de mis cantantes favoritos de la adolescencia, y me la pasé llorando dentro mío toda la semana, pensando cada mañana y cada noche en el dolor de un padre y una madre, por un hijo al que yo no conocía, pero que de alguna manera se volvió un dolor propio...

"Sí, mi amor", le respondí. "Todos vamos a morir algún día". A lo que automáticamente respondió con un llanto desgarrador. Lo abracé fuerte. Lo besé. Y aproveché para predicarle el Evangelio tan completo como nunca antes había podido (¡A esto me refiero con que minimizar el asunto o dejarlo pasar habría sido una oportunidad perdida!). Lo consolé por largo rato con las promesas de vida eterna junto a Jesús por lo que él hizo en la cruz. "Jesús tiene muchas casas en el cielo que está preparando para todos sus amigos. Él vino para hacernos amigos de Dios".

Es interesante la vida de padres, porque nos obliga a ayudar a nuestros hijos a enfrentar sus miedos, a veces enfrentando los nuestros también. Todos tememos a la muerte. Eso no es ninguna novedad. Y no es relativo a una edad, ni a un tiempo, ni raza, ni sexo, ni condición. El rico se muere tanto como el pobre. El hombre fuerte con todas sus medallas olímpicas, la estrella de rock, la actriz en auge. La muerte no espera. Hay una canción que dice algo así como: "Hay un paso que todos tenemos que dar solos, una cita que tenemos con lo gran desconocido. Como un vapor, esta vida solo espera pasar. Como las flores que se marchitan, como el césped que se seca. Pero la vida parece tan larga, y la muerte tan completa; y la tumba, una porción imposible de engañar..." (Grave Robber, Petra). Y este temor a la muerte no es solo de nuestros tiempos (por el contrario; pareciera ser que cuanta más tecnología y más entretenimiento tenemos disponible, mejor, para no pensar...); este temor viene desde el Huerto del Edén, cuando Adán y Eva, nuestros primeros padres, pecaron contra Dios, comiendo del fruto prohibido, siendo que Él amorosamente les había advertido: "El día que de él comas, ciertamente morirás" (Gn. 2:17). ¡Cuánto dolor se hubiera ahorrado este mundo, tan cansado de injusticia, maldad y penas, si Adán y Eva hubieran escuchado la advertencia! Pero... ¿No elegimos todos la muerte? ¿No la elegimos cuando también desobedecemos a Dios? "Mira, yo he puesto delante de ti hoy la vida y el bien, la muerte y el mal;  porque yo te mando hoy que ames a Jehová tu Dios, que andes en sus caminos, y guardes sus mandamientos, sus estatutos y sus decretos, para que vivas..." (Dt. 30:15-16). Yo creo que la raíz de este temor a la muerte es que todos sabemos, aun en el fondo de nuestros corazones, que nos hemos alejado de la Fuente de Vida. Todos sabemos que hemos desobedecido a Dios. "Pues habiendo conocido a Dios, no le glorificaron como a Dios, ni le dieron gracias, sino que se envanecieron en sus razonamientos, y su necio corazón fue entenebrecido.  Profesando ser sabios, se hicieron necios" (Ro. 1:21-22). Jesús lo dijo más simple: "No quieren venir a mí para que tengan vida" (Jn. 5:40). Él mismo declaró ser "el camino, la verdad y la vida" (Jn.14:6).

Y el temor a la muerte es un temor miserable. El autor de la carta a los Hebreos dice que este temor "nos sujeta a servidumbre". Y, ¿no es cierto? Si solo lo vemos con los ojos terrenales, nos volvemos esclavos de este temor. Pero este autor también tiene una buena noticia para nosotros: Dice que Jesús vino a "librar a todos los que por el temor de la muerte estaban durante toda la vida sujetos a servidumbre". ¡Esas son excelentes noticias! Pero, ¿cómo es esto posible? Lo hizo mediante su encarnación, vida perfecta, muerte en la cruz y resurrección. "Por cuanto los hijos participaron de carne y sangre, él también participó de lo mismo, para destruir por medio de la muerte al que tenía el imperio de la muerte, esto es, al diablo, y librar a todos los que por el temor de la muerte estaban durante toda la vida sujetos a servidumbre" (Hb. 2:14-15).

Porque la paga del pecado es muerte, mas la dádiva de Dios es vida eterna en Cristo Jesús Señor nuestro" (Ro. 6:23). ¿Cómo es que Cristo "saca del medio" a la muerte para poder darnos esta dádiva de la vida eterna? Sacando del medio lo que nos causaba la muerte y lo que nos separaba de Él, que es la Fuente de Vida: esto es el pecado. Y no lo hace "barriéndolo debajo de la alfombra", pateando el problema para más adelante, sino venciendo de una vez y para siempre, pagando en nuestro lugar. Él que era inocente se hizo pecado por nosotros; el bendito del Padre se hizo maldición por nosotros. "Porque primeramente os he enseñado lo que asimismo recibí: Que Cristo murió por nuestros pecados, conforme a las Escrituras; y que fue sepultado, y que resucitó al tercer día, conforme a las Escrituras" (1 Co. 15:3-4). La canción que cité arriba continúa diciendo: "...Pero hay Uno que estuvo ahí y todavía vive para contarlo; hay Uno que estuvo tanto en el Cielo como en el Infierno. Y la muerte saldrá con las manos vacías aquel día en que Jesús vuelva y nos lleve con Él". Cristo venció a nuestra muerte por medio de la muerte. Cristo mató a la muerte por nosotros. Y todos aquellos que se refugien en Él tienen esta promesa de vida (Ro. 10:13). "Le dijo Jesús: Yo soy la resurrección y la vida; el que cree en mí, aunque esté muerto, vivirá. Y todo aquel que vive y cree en mí, no morirá eternamente. ¿Crees esto?" (Jn. 11:25-26). ¡Qué esperanza tan gloriosa para los que le amamos y confiamos en Él! Nos espera una eternidad no solo a salvo de la muerte que hay fuera de Él, sino una eternidad de vida, su vida, con lo más precioso, que es Él mismo.


"¿Dónde está, oh muerte, tu aguijón? ¿Dónde, oh sepulcro, tu victoria? ya que el aguijón de la muerte es el pecado", ¡y Cristo lo venció! (1 Co. 15:55-56).