24.7.23

Algunas consideraciones con respecto a la maternidad

I. La bendición de la maternidad

Contrario a lo que este mundo, y sobre todo esta generación feminista distorsionada, cree y trata de imponernos, nosotros sabemos que los hijos son una bendición del Señor. Si bien la maternidad no es fácil en absoluto, los hijos no son una carga, no son una maldición, no nos arruinan la vida, como este mundo quiere hacernos creer. La Biblia no sólo no lo expresa así, sino todo lo contrario:


He aquí, herencia de Jehová son los hijos; Cosa de estima el fruto del vientre. Como saetas en mano del valiente, Así son los hijos habidos en la juventud. Bienaventurado el hombre que llenó su aljaba de ellos; No será avergonzado Cuando hablare con los enemigos en la puerta(Sal.127:3-5).

Tu mujer será como vid que lleva fruto a los lados de tu casa; Tus hijos como plantas de olivo alrededor de tu mesa. He aquí que así será bendecido el hombre Que teme a Jehová. Bendígate Jehová desde Sion, Y veas el bien de Jerusalén todos los días de tu vida, Y veas a los hijos de tus hijos. Paz sea sobre Israel(Sal. 128:3-6).

Este mundo ve la maternidad casi como una maldición; las madres tratan de sacarse de encima a sus hijos y muchas jóvenes no quieren tener hijos. Pero la maternidad en el plan de Dios es una bendición en varios aspectos:

* Bendición para la creación: porque el mandato bueno de un Dios bueno al principio de la creación, que él llamó "buena", fue que nos multiplicáramos,

Bendición para los niños: porque en un mundo caído lo mejor que les puede pasar a nuestros niños es que vayamos delante de ellos, protegiéndolos y mostrándoles el evangelio desde la edad más temprana; así estamos acercándolos a la mayor bendición, que es Dios mismo,

* Bendición para los padres: porque, además de la alegría incomparable que dan los hijos, por medio de la crianza, somos formados más a la imagen de Cristo, en paciencia, en trato de carácter, en amor sacrificial, etc.,

* Bendición para el mundo: porque el mundo necesita ver el evangelio puesto en acción, salvando y santificando a las personas, y

Bendición para la iglesia: porque la iglesia está compuesta de ¡personas! Y nosotros y nuestros hijos ¡somos personas! Si está en la voluntad del Señor salvar en medio de ellos, entonces estamos criando al futuro de la iglesia, y no es ningún trabajo “menor” lo que estamos haciendo.

En la iglesias en las que creemos que el pastorado o el liderazgo de mujeres sobre hombres no es bíblico estamos convencidos de que así es la voluntad de Dios, porque así lo vemos en su Palabra, pero muchas veces como mujeres caemos en el extremo de creer la mentira de que, al ser así, es de poca importancia lo que nosotras podemos hacer para la iglesia. La realidad es que todo cristiano, por pequeño o grande que sea el “ministerio” al que fue llamado, está haciendo teología. Nuestra vida diaria muestra nuestra teología, sea buena o mala. Nosotras somos teólogas y nuestros primeros discípulos son nuestros hijos. Todo lo que nuestros hijos vean o escuchen de nosotras está formando la imagen de Dios que ellos van a tener en su mente por largos años, seamos conscientes de eso o no. Entonces, ¡nuestro deber en la iglesia es enorme!


II. La responsabilidad de la maternidad

Si esto es así, si nuestro trabajo para el Señor es tan grande y tan bendito, entonces ¡nuestra responsabilidad también es grande! Como le recordó su tío a Peter Parker: “Un gran poder conlleva una gran responsabilidad”. Varios citas bíblicas nos recuerdan nuestra enorme responsabilidad, entre ellas:

Oye, Israel: Jehová nuestro Dios, Jehová uno es. Y amarás a Jehová tu Dios de todo tu corazón, y de toda tu alma, y con todas tus fuerzas. Y estas palabras que yo te mando hoy, estarán sobre tu corazón; y las repetirás a tus hijos, y hablarás de ellas estando en tu casa, y andando por el camino, y al acostarte, y cuando te levantes. Y las atarás como una señal en tu mano, y estarán como frontales entre tus ojos; y las escribirás en los postes de tu casa, y en tus puertas” (Deut. 6:4-9). Somos llamadas primero a que sea una realidad en nuestras vidas (con todo nuestro corazón, alma y fuerzas); no podemos dar lo que no tenemos nosotras primero. Y después somos llamadas a que sea una realidad en nuestra casa, y una realidad continua ("las repetirás", "al acostarte, y cuando te levantes").

 “Y vosotros, padres, no provoquéis a ira a vuestros hijos, sino criadlos en disciplina y amonestación del Señor” (Ef. 6:4).

Padres, no exasperéis a vuestros hijos, para que no se desalienten” (Col. 3:21).

No rehúses corregir al muchacho; Porque si lo castigas con vara, no morirá” (Pr. 23:13).

La necedad está ligada en el corazón del muchacho; Mas la vara de la corrección la alejará de él” (Pr. 22:15).

El que detiene el castigo, a su hijo aborrece; Mas el que lo ama, desde temprano lo corrige” (Pr. 13:24). No hay otra forma; si en verdad amamos a nuestros hijos, debemos corregirlos.

La responsabilidad es grande, el trabajo es arduo. Todo esto nos recuerda también que no está en nuestro poder el salvar a nuestros hijos. Somos llamadas a hacer todo esto en obediencia a Dios y por amor a Dios, más allá de los resultados, que no están en nuestras manos. En esto recordamos nuestra fragilidad, porque ¡qué más quisiéramos que salvar a nuestros hijos! Pero así como no está en nuestras manos el salvarnos a nosotras mismas, tampoco lo está el salvarlos a ellos (Sal. 49:7-9). 

No podemos (nadie puede) obligar a Dios a salvar, pero lo que sí podemos es cumplir con estas responsabilidades que tenemos sobre nuestros hijos y orar por ellos a un Dios amoroso que sabemos que escucha nuestras oraciones. Tenemos el hermoso ejemplo de Agustín de Hipona, que vivió cerca del año 400 d.C. Él creció con el ejemplo de su madre, Mónica, una cristiana devota, que oraba fervientemente por él. A pesar de que él había rechazado a Dios por muchos años y de haber sido un hombre inmoral, finalmente se convirtió al Señor, y su devoción a él fue tan grande que es considerado hoy en día un padre de la iglesia (tanto evangélica como católica, ya que hasta ese momento no estaba dividida), que nos dejó escritos muy valiosos. Y no sólo es un referente religioso evangélico y católico, sino que también es un gran referente en cuanto a filosofía y política mundial, y sus escritos valorados incluso secularmente, ¡aún luego de más de 1600 años! (Por ejemplo: en el tiempo en que estudié Cs. Políticas, su libro "La ciudad de Dios" era lectura obligatoria, aunque esa facultad es totalmente "secular"). Si lo pensamos desde el punto de vista bíblico de que los hijos son como flechas en manos del valiente (Sal. 127:4), ¡podríamos decir que la flecha de Mónica llegó bastante lejos, que aún sigue viajando después de 1600 años!

Agustín nos cuenta el "secreto" de su madre. En su libro "Confesiones" (prácticamente un testimonio exhaustivo de su vida), nos cuenta que su madre siempre oraba y rogaba por él. Tanto que él lo expresa así: "¡No se puede perder un hijo de tantas lágrimas!". Ahora, esta frase parece un poco chocante, ya que como dijimos, no está en nosotras el salvar a nuestros hijos; pero considerando la alta estima que Agustín tenía sobre la soberanía de Dios (de la cual fue un gran referente, y nos dejó enseñanzas valiosísimas como: "Tú, Señor, nos sueltas de las cadenas que nosotros mismos nos forjamos", "Tú nos has hecho para ti, y nuestro corazón está inquieto hasta que descanse en ti", "Tú me llamaste a gritos, y acabaste por vencer mi sordera. Tu me iluminaste, y tu luz acabó por penetrar en mis tinieblas", y "Dame lo que mandas y manda lo que quieras"), no puede estar diciendo que podamos vencer a Dios y hacer nuestra voluntad por sobre la de él. Yo creo más bien que su madre fue como la viuda que fue al juez injusto con insistencia, hasta que este le hizo justicia (Lc. 18:1-8). Dios nos compara con esa viuda para mostrarnos nuestra "necesidad de orar siempre y no desmayar" (v. 2), pero por supuesto que él no es como ese juez injusto; ¡él está muy deseoso de que le pidamos para recibir de él! (vv. 7-8). Nuestro deber es hacer nuestra parte en la crianza, mientras rogamos a Dios por salvación.


III. La necesidad de sabiduría en la maternidad:

La crianza de los hijos requiere sabiduría. Se requiere de equilibrio y discernimiento para la disciplina y la enseñanza. No todos los niños son iguales, por lo que para enseñarles bien debemos primero conocer su corazón. Me impactó mucho un ejemplo que leí de MacArthur hace varios años: él contaba que cuando sus hijos eran chicos un día encontró que uno de sus hijos acababa de tirar su Rolex al inodoro. Su primer reacción fue la de enojarse por el costo que tenía la travesura del niño, pero cuando le preguntó por qué lo había hecho, este le respondió que: "Solo quería ver cómo se hundía". Entonces entendió que el nene no lo había hecho con maldad, sino por mera intriga (e ignorancia del valor del reloj, por supuesto), y que por lo tanto, no era justo castigarlo en esa oportunidad. Por supuesto que ese no es siempre el caso, y por otro lado podemos ver madres que están siempre defendiendo a sus hijos, o tratando de excusar sus motivaciones. Como vimos, la Biblia nos dice que no amamos verdaderamente a nuestros hijos si nos negamos a corregirlos. Pero se requiere de verdadera sabiduría para conocer el corazón de ellos en cada ocasión, y el nuestro también, ya que somos suceptibles a la manipulación que ambos (corazones) pueden tener sobre nosotras. ¡Ah, pero Dios puede y quiere darnos esa sabiduría!

Y si alguno de vosotros tiene falta de sabiduría, pídala a Dios, el cual da a todos abundantemente y sin reproche, y le será dada” (Stg. 1:5). Muchos concuerdan en que el Santiago que escribe este libro de la Biblia es el medio hermano (terrenal) de Jesús. En los evangelios se nos dice que sus hermanos no creían en él, que creían que estaba loco, y hasta parece que se mofaban de él (Jn. 7:2-5, Mr. 3:21). Verdaderamente Santiago no fue sabio durante la vida terrenal de Jesús (al parecer creyó en él después de la resurrección), y nos aconseja diciendo que podemos ir a Dios en busca de sabiduría, porque él la da sin reproche. Si Jesús fuera como nosotros bien podría reprocharle a su hermano la falta de sabiduría; imagínense: ¡toda su vida viviendo con el Mesías de Dios en su propia casa, viéndolo crecer sin pecado, y no sólo no creía en él, sino que se burlaba! Ah... ¡si yo fuera Jesús! Pero gracias a Dios, ¡él no es como nosotros! ¡Él da su sabiduría sin reproche para todas las que hemos fallado muchas veces! Podemos tomar este consejo de primera mano de parte de Santiago: ¡Dios está más que dispuesto a dárnosla!


IV. Primer ejemplo de la gracia:

Debemos mostrar gracia con el niño (gracia para perdonar, gracia para disciplinar en el temor del Señor), y debemos mostrar la gracia de Dios en nosotras (mostrarles que también necesitamos perdón). Debemos modelar el evangelio para ellos, y, como dijimos, eso sólo es
posible si es carne en nuestra vidas. Ellos son espectadores en primera fila de nuestra vida para ver la gracia de Dios en nosotros. Deben verla de tal manera que ellos quieran acudir a esa gracia también. Esto no significa que seamos perfectas, sino más bien todo lo contrario: porque no lo somos, porque tenemos debilidades, ellos deben vernos ser rápidas para reconocerlas y acudir al Señor. Ellos deben ver que nosotras también necesitamos perdón. De otra manera, no sería gracia. Y tampoco existe otra manera.

V. Sobre el temor, la ansiedad y el desánimo

Una amiga muy querida y muy sabia me dio un consejo hace varios años, y en cada tiempo de prueba posterior a eso, Dios siempre me trajo su consejo al corazón. Se convirtió en mi lema de vida. Su consejo fue: “Dios no prometió gracia para la imaginación”.  En un mundo de "qué pasaría sí..." o "qué haría si..." es bueno frenar la mente de nadar en situaciones en las que Dios no nos mandó a nadar. Todas las personas tenemos una gran lucha con la ansiedad, porque queremos tener todo bajo nuestro control, pero no somos Dios. Y principalmente las mujeres podemos tener un punto débil con este tema.

Dios es eterno, y sus tiempos no son los nuestros. A él no le toma por sorpresa el mañana. Para nosotras el mañana es algo que todavía no llegó, que no sabemos lo que nos depara. Pero no para Dios; él ve lo futuro como ya “acabado” (lo que nosotras consideraríamos como "pasado"): Porque a los que antes conoció, también los predestinó para que fuesen hechos conformes a la imagen de su Hijo, para que él sea el primogénito entre muchos hermanos. Y a los que predestinó, a estos también llamó; y a los que llamó, a estos también justificó; y a los que justificó, a estos también glorificó.” (Ro. 8:29-30). 

Mas, oh amados, no ignoréis esto: que para con el Señor un día es como mil años, y mil años como un día” (2 Pe. 3:8). El tiempo visto desde la eternidad, desde donde lo ve Dios, es diferente que el nuestro, dentro de las paredes del tiempo. Dios nunca llega tarde, ni temprano; él llega a tiempo. Pero no es nuestro tiempo

Jesús dijo: “Así que, no os afanéis por el día de mañana, porque el día de mañana traerá su afán. Basta a cada día su propio mal.” (Mt. 6:34). Encarguémonos hoy de las preocupaciones del hoy, porque podríamos estar perdiendo el tiempo en preocuparnos por cosas que ni siquiera van a llegar, o que pueden llegar de manera diferente a como las imaginamos. Nuestro tiempo tiene visión limitada. Nosotras no podemos ver el futuro, pero Dios sí. No tenemos que preocuparnos por el mañana porque todavía no estamos ahí. ¿Pero saben quién sí está ahí? Dios. Porque él es eterno. Él ya está ahí. Y ese es nuestro consuelo en la ansiedad.

Yo me acosté y dormí, Y desperté, porque Jehová me sustentaba” (Sal. 3:5). Al escribir este salmo, el rey David huía de Absalón su hijo que se había rebelado contra él y había dividido su reino. El consuelo de David era que Dios estaba con él, y que Dios iba a estar “mañana”. Esperaba una salvación futura, pero descansaba en paz "hoy". Spurgeon dijo sobre este texto: Tiene que haber sido verdaderamente una blanda almohada la que pudo hacer que David olvidara su peligro cuando un ejército rebelde avanzaba tras su búsqueda¡Y cuántas veces nosotras nos desvelamos por preocupaciones tan triviales!

Tenemos esperanza, la esperanza de que Dios nos provee, junto con la prueba, la salida. Si damos lugar a la ansiedad sólo nos enredamos; él no nos promete “la salida” para la imaginación, pero sí para la prueba: No os ha sobrevenido ninguna tentación que no sea humana; pero fiel es Dios, que no os dejará ser tentados más de lo que podéis resistir, sino que dará también juntamente con la tentación la salida, para que podáis soportar” (1 Co. 10:13).