25.11.19

¿Dónde está, oh muerte, tu aguijón?

Hace poco tuve una conversación muy interesante con mi hijito mayor. Me preguntó acerca de la muerte. Pude ver en su carita que de verdad quería saber. No era un tema al azar, sino que era un asunto que verdaderamente le preocupaba.

Ahora bien, creo que vale aclarar que, aunque Natán tiene 4 años recién cumplidos, con mi esposo nos tomamos muy en serio nuestras conversaciones con él, por más "ocasionales" que sean. No nos gusta "sacárnoslo de encima" con "pequeñas mentiras" o respuestas livianas. Aparte de estar convencidos bíblicamente de que eso está mal, creemos que no sería la mejor forma de aprovechar su brillante mentecita y de hacer buen uso de nuestro llamado como padres a no provocar a ira a nuestros hijos, sino criarlos en la disciplina y amonestación del Señor (Ef. 6:4), enseñándoles para eso todo el consejo de Dios (Hch. 20:27). Su mundo está en expansión a esta edad; está adquiriendo conceptos que probablemente lo van a acompañar el resto de su vida, y que van a moldear toda su manera de pensar como adulto, aunque hoy solo veamos al niño y nos cueste creerlo así. Lo que yo no le enseñe se lo va a enseñar el mundo. Una oportunidad no aprovechada es una oportunidad perdida. Es por eso que a su corta edad ya hemos hablado prácticamente de todo (incluyendo temas doctrinales difíciles y sexualidad; obviamente no dándole más información de la que necesita tener en esta etapa y en un lenguaje comprensivo para él, pero con total naturalidad). 

Entonces... hace poco surgió el tema de la muerte. Y, como decía, parecía estar interesado al respecto. Estábamos hablando y de repente me preguntó: "¿La gente grande se muere?" (Hasta el momento, aparte de la muerte y resurrección de Jesús, solo había escuchado de la muerte de las cucarachas a las que les poníamos veneno, o había pensado en la muerte como algo "muy grave" que podía pasarle a alguien, como cuando le decíamos que tenga cuidado con su hermanito que le podía hacer mal y su respuesta era: "¿Se puede morir?"). "Sí, mi amor. La gente grande cuando se hace muy viejita muere". "¿Los abuelos se van a morir?", me preguntó enseguida. "Sí, mi amor. Algún día...", le respondí. 

Entonces empezó en su mentecita un proceso lógico que ya no podía parar. Ni quería. Por su bien. Empezó a preguntarme por los tíos y por nosotros (papá y mamá), poniendo cada vez más peso de preocupación en la conversación y con una tristeza cada vez más evidente. Hasta que finalmente preguntó: "¿Yo... me voy a morir?". Y, ¿Para qué mentirle, si fue lo primero que vino a mi mente cuando lo parí? Igual que cuando parí a su hermano... Lo mismo que cuando me casé... Igual que cuando hace un par de semanas mi papá de casi 70 años y que vive solo no me atendió el teléfono por casi 3 horas, cuando se suponía que iba a venir a casa a tomar mates y ver a los chicos como todos los sábados a la mañana... O como cuando hace un par de semanas un pariente se ahogó en un almuerzo familiar y se desmayó... Igual que cuando me enteré hace como un mes que había fallecido el hijo mayor de Toby Mac, uno de mis cantantes favoritos de la adolescencia, y me la pasé llorando dentro mío toda la semana, pensando cada mañana y cada noche en el dolor de un padre y una madre, por un hijo al que yo no conocía, pero que de alguna manera se volvió un dolor propio...

"Sí, mi amor", le respondí. "Todos vamos a morir algún día". A lo que automáticamente respondió con un llanto desgarrador. Lo abracé fuerte. Lo besé. Y aproveché para predicarle el Evangelio tan completo como nunca antes había podido (¡A esto me refiero con que minimizar el asunto o dejarlo pasar habría sido una oportunidad perdida!). Lo consolé por largo rato con las promesas de vida eterna junto a Jesús por lo que él hizo en la cruz. "Jesús tiene muchas casas en el cielo que está preparando para todos sus amigos. Él vino para hacernos amigos de Dios".

Es interesante la vida de padres, porque nos obliga a ayudar a nuestros hijos a enfrentar sus miedos, a veces enfrentando los nuestros también. Todos tememos a la muerte. Eso no es ninguna novedad. Y no es relativo a una edad, ni a un tiempo, ni raza, ni sexo, ni condición. El rico se muere tanto como el pobre. El hombre fuerte con todas sus medallas olímpicas, la estrella de rock, la actriz en auge. La muerte no espera. Hay una canción que dice algo así como: "Hay un paso que todos tenemos que dar solos, una cita que tenemos con lo gran desconocido. Como un vapor, esta vida solo espera pasar. Como las flores que se marchitan, como el césped que se seca. Pero la vida parece tan larga, y la muerte tan completa; y la tumba, una porción imposible de engañar..." (Grave Robber, Petra). Y este temor a la muerte no es solo de nuestros tiempos (por el contrario; pareciera ser que cuanta más tecnología y más entretenimiento tenemos disponible, mejor, para no pensar...); este temor viene desde el Huerto del Edén, cuando Adán y Eva, nuestros primeros padres, pecaron contra Dios, comiendo del fruto prohibido, siendo que Él amorosamente les había advertido: "El día que de él comas, ciertamente morirás" (Gn. 2:17). ¡Cuánto dolor se hubiera ahorrado este mundo, tan cansado de injusticia, maldad y penas, si Adán y Eva hubieran escuchado la advertencia! Pero... ¿No elegimos todos la muerte? ¿No la elegimos cuando también desobedecemos a Dios? "Mira, yo he puesto delante de ti hoy la vida y el bien, la muerte y el mal;  porque yo te mando hoy que ames a Jehová tu Dios, que andes en sus caminos, y guardes sus mandamientos, sus estatutos y sus decretos, para que vivas..." (Dt. 30:15-16). Yo creo que la raíz de este temor a la muerte es que todos sabemos, aun en el fondo de nuestros corazones, que nos hemos alejado de la Fuente de Vida. Todos sabemos que hemos desobedecido a Dios. "Pues habiendo conocido a Dios, no le glorificaron como a Dios, ni le dieron gracias, sino que se envanecieron en sus razonamientos, y su necio corazón fue entenebrecido.  Profesando ser sabios, se hicieron necios" (Ro. 1:21-22). Jesús lo dijo más simple: "No quieren venir a mí para que tengan vida" (Jn. 5:40). Él mismo declaró ser "el camino, la verdad y la vida" (Jn.14:6).

Y el temor a la muerte es un temor miserable. El autor de la carta a los Hebreos dice que este temor "nos sujeta a servidumbre". Y, ¿no es cierto? Si solo lo vemos con los ojos terrenales, nos volvemos esclavos de este temor. Pero este autor también tiene una buena noticia para nosotros: Dice que Jesús vino a "librar a todos los que por el temor de la muerte estaban durante toda la vida sujetos a servidumbre". ¡Esas son excelentes noticias! Pero, ¿cómo es esto posible? Lo hizo mediante su encarnación, vida perfecta, muerte en la cruz y resurrección. "Por cuanto los hijos participaron de carne y sangre, él también participó de lo mismo, para destruir por medio de la muerte al que tenía el imperio de la muerte, esto es, al diablo, y librar a todos los que por el temor de la muerte estaban durante toda la vida sujetos a servidumbre" (Hb. 2:14-15).

Porque la paga del pecado es muerte, mas la dádiva de Dios es vida eterna en Cristo Jesús Señor nuestro" (Ro. 6:23). ¿Cómo es que Cristo "saca del medio" a la muerte para poder darnos esta dádiva de la vida eterna? Sacando del medio lo que nos causaba la muerte y lo que nos separaba de Él, que es la Fuente de Vida: esto es el pecado. Y no lo hace "barriéndolo debajo de la alfombra", pateando el problema para más adelante, sino venciendo de una vez y para siempre, pagando en nuestro lugar. Él que era inocente se hizo pecado por nosotros; el bendito del Padre se hizo maldición por nosotros. "Porque primeramente os he enseñado lo que asimismo recibí: Que Cristo murió por nuestros pecados, conforme a las Escrituras; y que fue sepultado, y que resucitó al tercer día, conforme a las Escrituras" (1 Co. 15:3-4). La canción que cité arriba continúa diciendo: "...Pero hay Uno que estuvo ahí y todavía vive para contarlo; hay Uno que estuvo tanto en el Cielo como en el Infierno. Y la muerte saldrá con las manos vacías aquel día en que Jesús vuelva y nos lleve con Él". Cristo venció a nuestra muerte por medio de la muerte. Cristo mató a la muerte por nosotros. Y todos aquellos que se refugien en Él tienen esta promesa de vida (Ro. 10:13). "Le dijo Jesús: Yo soy la resurrección y la vida; el que cree en mí, aunque esté muerto, vivirá. Y todo aquel que vive y cree en mí, no morirá eternamente. ¿Crees esto?" (Jn. 11:25-26). ¡Qué esperanza tan gloriosa para los que le amamos y confiamos en Él! Nos espera una eternidad no solo a salvo de la muerte que hay fuera de Él, sino una eternidad de vida, su vida, con lo más precioso, que es Él mismo.


"¿Dónde está, oh muerte, tu aguijón? ¿Dónde, oh sepulcro, tu victoria? ya que el aguijón de la muerte es el pecado", ¡y Cristo lo venció! (1 Co. 15:55-56).