24.12.19

La trampa de la Navidad moderna

    Llegó el día. Esta noche es Noche Buena, y otra vez vuelve la Navidad. Hace rato la venimos esperando y desde hace casi un mes ya se dejan ver los adornos en las calles y en las casas. Abundan los planes y preparativos. La casa huele dulce y se ve muy colorida. Los niños esperan ansiosos por los regalos. Los grandes preparamos la ropa.

    Es una época de mucho movimiento. Probablemente el mayor movimiento del año. Eso es bueno para los comercios y casi para cualquier rubro que, probablemente, si la venta es buena, puedan subsistir el mes de enero, cuando las ventas caen por las vacaciones. Todos parecen tener buen ánimo y esperanza, pero ¿esperanza en qué? A juzgar por sus hechos, pareciera que la esperanza está en la plata. No hay mucha, pero la poca que hay parece esfumarse... Compras de acá, compras de allá. Regalos, comida, ropa... Casi que no importa cuál sea el gobierno de turno, que acaba de cambiar; que si fue culpa de Macri o si Fernández está haciendo todo mal... Nos duele que el dolar esté pisando los $80, pero eso no nos frena del consumismo. Compras y más compras. Generamos deudas que probablemente nos acompañen por varios meses. ¿No es cierto esto? ¿No pareciera ser que la Navidad se trata de gastar y gastar? Y sin embargo, ¿no es acaso la Navidad el recordatorio del nacimiento de un niño pobre, tan pobre que no tuvo otro lugar donde nacer más que un pesebre en un establo? Sí, Él era más rico que todos nosotros, Señor de todo lo que existe, pero... ¿no es cierto que la Navidad cuenta acerca de cómo se despojó de todo eso? Y no sólo de su riqueza material, sino también de su Majestad Celestial. ¿No es cierto que la Navidad habla de humildad?

    El salmista nos dice en el Salmo 49:6-9: "Los que confían en sus bienes, y de la muchedumbre de sus riquezas se jactan, ninguno de ellos podrá en manera alguna redimir al hermano, ni dar a Dios su rescate (porque la redención de su vida es de gran precio y no se logrará jamás), para que viva en adelante para siempre y nunca vea corrupción". Seguramente esta noche vamos a estar con gente a la que amamos mucho. Deseamos estar con ellos y gastamos nuestro dinero en ellos si podemos, pero nuestro dinero no los salva. Nadie puede salvar a su hermano. El dinero no salva a nuestras familias, porque la redención de sus vidas es de gran precio y ¿qué son algunas monedas para el Señor del cielo y de la tierra (Sal. 24:1), que tiene tanto que si tuviera hambre no nos lo diría a nosotros (Sal. 50:12)? 

    Todo hombre tiene una deuda impagable con la justicia de Dios, porque todos pecamos y nos alejamos de Él (Ro.3:23). Dios podría haber prescindido de nosotros, ya que fuimos nosotros los que nos alejamos de Él y le declaramos la guerra, aún cuando eso era un acto de suicidio de nuestra parte, por alejarnos de la Fuente de Vida... Y aún podría prescindir de nosotros, si no fuera porque quedó atado a nosotros en amor por su promesa, porque Él cumple sus palabras. Y su promesa fue la de un Salvador: "Dará a luz un hijo, y llamarás su nombre JESÚS, porque Él salvará a su pueblo de sus pecados" (Mt.1:21). En amor, Dios nos mandó Él mismo el rescate por nuestros pecados y la reconciliación con Él que nosotros no podíamos comprar. El salmista no sabía eso: Nadie puede salvar a su hermano... excepto Uno: ¡Dios mismo! Dios hecho carne, el Creador metido en la creación, pisando nuestro suelo, llamándonos "hermanos" (He. 2:11).

    Y ahí lo tenemos... pobre, indefenso, en un pesebre. Nació, y creció y vivió la vida que nosotros nunca pudimos vivir, cumpliendo la ley de Dios en todo aspecto. Y murió para pagar nuestra deuda y reconciliarnos con Dios. Y resucitó porque Él es Dios, y porque el Padre había aceptado el pago y estaba satisfecho. Él es el camino al Padre. Y la Navidad no es sólo el nacimiento de un hombre sabio, de un rebelde de su época, ni de un ejemplo a seguir meramente. Él es "el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo" (Jn. 1:29). Él es el más grande regalo que pudo haber recibido nuestro mundo. Y hoy todavía se nos dá.

    La trampa de la Navidad moderna es que creemos que valemos por lo que tenemos, y que cuanto más tenemos más podemos impresionar a otros. Pero lo cierto es que por más cosas materiales que tengamos, si hoy nos vamos de este mundo, ellas no van a pagar nuestro rescate. Dios nos diría como al hombre de la parábola: "Necio, esta noche vienen a pedirte tu alma; y lo que has provisto, ¿de quién será?". A lo cual Dios mismo concluye: "Así es el que hace para sí tesoro y no es rico para con Dios" (Lc. 12:20-21). Pero la gracia de nuestro Señor Jesucristo es tal que "por amor a nosotros se hizo pobre, siendo rico, para que nosotros con su pobreza fuésemos enriquecidos" (2 Co. 8:9). Pero enriquecidos para con Dios, enriquecidos de verdad. No nos olvidemos de lo más importante. Nuestras familias no necesitan nuestros regalos; necesitan al verdadero regalo de la Navidad: Cristo.