6.11.23

Una despedida apresurada y una bienvenida inesperada

 "Has aumentado, oh Jehová Dios mío, tus maravillas; Y tus pensamientos para con nosotros, No es posible contarlos ante ti. Si yo anunciare y hablare de ellos, No pueden ser enumerados" -Sal. 40:5

"¿No te he dicho que si crees, verás la gloria de Dios?" (Jesús) - Jn. 11:40 

Acá estoy... tratando de sentarme a poner en palabras lo que sé que no voy a poder expresar en su máxima justicia. Pero al menos necesito intentarlo. Me siento como si recién despertara de un sueño; un sueño raro... un sueño agridulce. Un sueño que contiene una gama de emociones que nunca creí que pudiera llegar a sentir... no juntas, al menos: tristeza, melancolía, esperanza, asombro, consuelo, paz. Un sueño fugaz, y del cual, sin embargo, estuve consciente a cada momento. Me siento como María, que al escuchar lo que decían de Jesús, "guardaba todas estas cosas, meditándolas en su corazón", seguramente con muchos interrogantes, pero con ánimo; con esperanza de ver lo que Dios iba a hacer.

Fueron dos meses raros, dos meses intensos, que bien podrían haber sido un año. Hoy se cumplen dos meses exactos desde que nos dieron el diagnóstico de mi papá en una visita a la guardia: cáncer terminal. La tomografía mostró que todo el pulmón izquierdo estaba en su mayoría tomado por tumores, y que también se encontraba metástasis tanto en el hígado como en la cabeza, esta última metástasis no operable ya por su gran tamaño. 

La cabeza... esa era la razón por la que nos preocupábamos hacía meses. Había empezado a desorientarse bastante, de manera acelerada; su conversación se volvía cada vez más repetitiva y a veces sin sentido, se perdía en la calle. Desde abril empecé a acompañarlo al médico y a hacerse estudios, intentando saber qué le pasaba. Empezaba a tener otras cosas también, de manera gradual, algunas no tan raras para alguien de 73 años de edad, pero otras sí... como hinchazón en las piernas, dolor de espalda, pérdida de apetito y un consiguiente descenso de peso muy alevoso para tan pocos meses. El martes 5 de septiembre lo acompañé a la doctora; estaba pesando menos que yo, ¡aun midiendo yo 10 cm menos y estando embarazada (me refiero a que pesaba menos de lo que yo pesaba antes de mi embarazo, por lo que la diferencia era más grande)! Ese día me lo traje a casa para cuidarlo de cerca y darle la medicación. Dos días después, cuando se descompensó, lo llevé a la guardia... el día del diagnóstico.

Si bien el diagnóstico fue muy, muy fuerte, no fue para nada sorprendente. Sospechábamos que tenía algo grande, por eso la insistencia en buscar respuestas; aunque pensábamos más bien que sería algo así como un comienzo de Alzheimer o demencia senil, con algunos dolores por la edad y alguna otra cosa generada por su exceso en el consumo de alcohol y cigarrillos... Y sí tenía que ver con sus excesos, pero no eran varias cosas sueltas, sino más bien una sola cosa: cáncer. Por más que nos doliera, el diagnóstico cerraba por todos lados, y explicaba de manera muy acertada todo lo que le pasaba. 

Y nos imaginábamos algo "grande", sólo que... no nos imaginábamos algo "terminal", algo tan avanzado... Pensar que su cabeza, que era lo que más nos preocupaba, resultó ser nada menos que un simple síntoma de una gran metástasis de algo mayor. Sólo Dios sabe desde cuándo estuvo eso. Era difícil saber algo antes, ya que él vivía solo, era bastante terco para ir al médico, y tenía sus excesos. Así que prácticamente nos explotó en la cara. No lo vimos hasta que fue demasiado tarde.

Y no sólo el diagnóstico llegó de golpe, hace dos meses nada más, sino también el final de su vida, porque también hoy hace 13 días desde que falleció. Fue un mes y medio de muchas corridas, de mucha tristeza, de mucha impotencia, de mucho cansancio, de mucha incertidumbre, y de mucho dolor. Lo vimos entrar caminando al sanatorio, aunque débil, y salir a las dos semanas en silla de ruedas, para estar postrado en una cama, usando pañales. Pronto se deshidrató, se le hicieron escaras y cada vez estaba más débil, hasta para hablar. Y así como pesaba menos que yo antes del diagnóstico, siguió adelgazando mucho más. Hizo 10 sesiones de tratamiento de rayos en la cabeza; no porque hubiera esperanzas de acabar con el tumor, sino para que al menos no avance tan rápido como estaba avanzando y sus últimos días fueran un poco mejores. Se le cayó gran parte del pelo a causa de los rayos. Yo lo visitaba y lo veía mal, y siempre pensaba que eso era lo "peor" que lo iba a ver, que no podía empeorar... pero iba al otro día y lo veía peor, y me daba cuenta de lo errada que estaba. Los peores días fueron los dos últimos, en los que ya agonizó. Y a pesar de que hubiéramos querido tenerlo con nosotros más tiempo y verlo "salir de esta", cuando lo vimos agonizar, todos deseamos que su sufrimiento frenara. Y frenó, el miércoles 25 de octubre.

Peeero (¡bendito "pero", como siempre que Dios aparece en escena!) eso no es todo lo que estuvo pasando en este tiempo... Obvio que desearía decir que Dios lo sanó de su cáncer y lo disfrutamos muchos años más, pero no siempre Dios actúa como nosotros queremos; Dios actúa como es más sabio. Mi papá no se fue simplemente así, "sin pena ni gloria". Definitivamente hubo muuucha pena, y también hubo muuucha gloria. Yo no puedo explicarme lo que pasó en su vida; ya espero en la eternidad futura preguntarle a Dios los detalles. Y volver a abrazar a mi papá... Lo único que sé, aunque no pueda explicar el cómo, es que el hombre que entró en el sanatorio conmigo ese 7 de septiembre, el que aún estando internado me pedía cigarrillos y vino, y al que se le notaba con sólo verlo que estaba enojado con Dios por haber tenido que dejar su "independencia" (una de las cosas que él más valoraba), no era el mismo que se fue ese 25 de octubre.

El Señor me dio la posibilidad de predicarle varias veces en ese mes y medio, como también le predicaron varias veces mi tío (su hermano) y algunos pastores y hermanos preciosos que lo visitaron. ¡No le quedó otra que escuchar el evangelio muchas veces! Y su actitud fue cambiando de la primera a la última vez que lo escuchó. Mostró arrepentimiento de sus pecados y aceptación del evangelio, aun en la debilidad de su situación. 

Por supuesto que yo, como hija, hubiera deseado ver más... tener más seguridad, verlo hacer buenas obras, poder contarles el día de mañana a mis hijos de la piedad de su abuelo. Pero, como con el ladrón en la cruz, Dios lo quiso así. ¿Y es menos milagroso? No lo creo. Para mí que un hombre pecador esté al final de su vida al lado del Mesías burlándose y blasfemando en un momento y al siguiente le diga en arrepentimiento y fe: "acuérdate de mí cuando vengas en tu Reino" es un milagro indescriptible. Hay un gran "¡¿Qué?!" en el medio. Imagino que el mismísimo ladrón que estaba al otro lado, su compañero de maldades, no lo habrá entendido. Es que suena a que falta una escena. "Es que Dios...", "pero Dios...", "de pronto Dios". No hay otra explicación. ¡Y es tan hermoso!

Me vi confrontada con mi propio legalismo de repente. Quería ver obras. No podía ser. ¿Cómo es que este jornalero de la última hora tiene el mismo pago que los que trabajaron todo el día? (Mt. 20:1-16). Pero, ¿no le es lícito a Dios hacer lo que quiere con lo suyo? No quiero que se malinterprete, yo deseaba con todo mi ser que él fuera salvo, no es que no lo quisiera... creo que es que no lo creía. Me di cuenta que por muchos años, y más fuertemente en estos últimos meses, oraba por su salvación... pero la creía imposible. 

Y me olvidaba que Dios es el Dios de lo imposible. Y no sólo eso... no sólo era posible para Dios, ¡sino que también Dios quería hacerlo! ¡Cuando entendí eso me voló la cabeza! Dios está más dispuesto a salvar de lo que nosotros estamos dispuestos a creer en esa disposición. Tanto le pedí a Dios que lo hiciera para sorprenderme tanto de ver que lo hizo... ¡qué incrédula! Y ahora siento que nunca creí de verdad, ¡y que nadie es muy difícil para Dios!

Me hizo ver la salvación de una manera más profunda. No es fácil de explicar. Nunca creí que pudiera tener la esperanza de volver a ver a mi papá en el cielo... Que no se malentienda; tengo muy buenos recuerdos de él, porque fue un papá muy bueno y un abuelo muy bueno. Y le voy a estar eternamente agradecida de que él me haya llevado a la iglesia. Pero él estaba lejos de Cristo, enemistado con Dios... aun habiendo escuchado el evangelio muchas veces, por muchos años. Habiendo crecido como hijo de un pastor bautista, y habiendo llegado él mismo a enseñar en la iglesia. Se alejó por muchos años, le dio la espalda a Dios y se hundió en sus vicios. Aun así Dios lo salvó. No es que le falte épica a su conversión; es que tal vez yo no terminaba de ver la épica de todas las conversiones... y de la mía. Si caminé 20 años con el Señor es sólo porque él lo quiso. El mismo sacrificio que se necesitó para la salvación de mi papá, fue el que pagó también mis pecados. ¡Qué hermosas son las historias que su sangre escribe!

Como dice una canción que me gusta mucho: 

¿A quién podés volverte cuando se termine tu vida? /Todo se trata de a Quién conocés/ Cuando llegás al final y no tenés nada que mostrar, /Todo se trata de a Quién conocés/ Nada de lo que hagamos acá abajo nos va poder salvar porque /Todo se trata de a Quién conocés/



 Dedicado a la memoria de mi papá, un hombre al que siempre quise mucho... ¡y un hombre de Dios!