6.11.23

Una despedida apresurada y una bienvenida inesperada

 "Has aumentado, oh Jehová Dios mío, tus maravillas; Y tus pensamientos para con nosotros, No es posible contarlos ante ti. Si yo anunciare y hablare de ellos, No pueden ser enumerados" -Sal. 40:5

"¿No te he dicho que si crees, verás la gloria de Dios?" (Jesús) - Jn. 11:40 

Acá estoy... tratando de sentarme a poner en palabras lo que sé que no voy a poder expresar en su máxima justicia. Pero al menos necesito intentarlo. Me siento como si recién despertara de un sueño; un sueño raro... un sueño agridulce. Un sueño que contiene una gama de emociones que nunca creí que pudiera llegar a sentir... no juntas, al menos: tristeza, melancolía, esperanza, asombro, consuelo, paz. Un sueño fugaz, y del cual, sin embargo, estuve consciente a cada momento. Me siento como María, que al escuchar lo que decían de Jesús, "guardaba todas estas cosas, meditándolas en su corazón", seguramente con muchos interrogantes, pero con ánimo; con esperanza de ver lo que Dios iba a hacer.

Fueron dos meses raros, dos meses intensos, que bien podrían haber sido un año. Hoy se cumplen dos meses exactos desde que nos dieron el diagnóstico de mi papá en una visita a la guardia: cáncer terminal. La tomografía mostró que todo el pulmón izquierdo estaba en su mayoría tomado por tumores, y que también se encontraba metástasis tanto en el hígado como en la cabeza, esta última metástasis no operable ya por su gran tamaño. 

La cabeza... esa era la razón por la que nos preocupábamos hacía meses. Había empezado a desorientarse bastante, de manera acelerada; su conversación se volvía cada vez más repetitiva y a veces sin sentido, se perdía en la calle. Desde abril empecé a acompañarlo al médico y a hacerse estudios, intentando saber qué le pasaba. Empezaba a tener otras cosas también, de manera gradual, algunas no tan raras para alguien de 73 años de edad, pero otras sí... como hinchazón en las piernas, dolor de espalda, pérdida de apetito y un consiguiente descenso de peso muy alevoso para tan pocos meses. El martes 5 de septiembre lo acompañé a la doctora; estaba pesando menos que yo, ¡aun midiendo yo 10 cm menos y estando embarazada (me refiero a que pesaba menos de lo que yo pesaba antes de mi embarazo, por lo que la diferencia era más grande)! Ese día me lo traje a casa para cuidarlo de cerca y darle la medicación. Dos días después, cuando se descompensó, lo llevé a la guardia... el día del diagnóstico.

Si bien el diagnóstico fue muy, muy fuerte, no fue para nada sorprendente. Sospechábamos que tenía algo grande, por eso la insistencia en buscar respuestas; aunque pensábamos más bien que sería algo así como un comienzo de Alzheimer o demencia senil, con algunos dolores por la edad y alguna otra cosa generada por su exceso en el consumo de alcohol y cigarrillos... Y sí tenía que ver con sus excesos, pero no eran varias cosas sueltas, sino más bien una sola cosa: cáncer. Por más que nos doliera, el diagnóstico cerraba por todos lados, y explicaba de manera muy acertada todo lo que le pasaba. 

Y nos imaginábamos algo "grande", sólo que... no nos imaginábamos algo "terminal", algo tan avanzado... Pensar que su cabeza, que era lo que más nos preocupaba, resultó ser nada menos que un simple síntoma de una gran metástasis de algo mayor. Sólo Dios sabe desde cuándo estuvo eso. Era difícil saber algo antes, ya que él vivía solo, era bastante terco para ir al médico, y tenía sus excesos. Así que prácticamente nos explotó en la cara. No lo vimos hasta que fue demasiado tarde.

Y no sólo el diagnóstico llegó de golpe, hace dos meses nada más, sino también el final de su vida, porque también hoy hace 13 días desde que falleció. Fue un mes y medio de muchas corridas, de mucha tristeza, de mucha impotencia, de mucho cansancio, de mucha incertidumbre, y de mucho dolor. Lo vimos entrar caminando al sanatorio, aunque débil, y salir a las dos semanas en silla de ruedas, para estar postrado en una cama, usando pañales. Pronto se deshidrató, se le hicieron escaras y cada vez estaba más débil, hasta para hablar. Y así como pesaba menos que yo antes del diagnóstico, siguió adelgazando mucho más. Hizo 10 sesiones de tratamiento de rayos en la cabeza; no porque hubiera esperanzas de acabar con el tumor, sino para que al menos no avance tan rápido como estaba avanzando y sus últimos días fueran un poco mejores. Se le cayó gran parte del pelo a causa de los rayos. Yo lo visitaba y lo veía mal, y siempre pensaba que eso era lo "peor" que lo iba a ver, que no podía empeorar... pero iba al otro día y lo veía peor, y me daba cuenta de lo errada que estaba. Los peores días fueron los dos últimos, en los que ya agonizó. Y a pesar de que hubiéramos querido tenerlo con nosotros más tiempo y verlo "salir de esta", cuando lo vimos agonizar, todos deseamos que su sufrimiento frenara. Y frenó, el miércoles 25 de octubre.

Peeero (¡bendito "pero", como siempre que Dios aparece en escena!) eso no es todo lo que estuvo pasando en este tiempo... Obvio que desearía decir que Dios lo sanó de su cáncer y lo disfrutamos muchos años más, pero no siempre Dios actúa como nosotros queremos; Dios actúa como es más sabio. Mi papá no se fue simplemente así, "sin pena ni gloria". Definitivamente hubo muuucha pena, y también hubo muuucha gloria. Yo no puedo explicarme lo que pasó en su vida; ya espero en la eternidad futura preguntarle a Dios los detalles. Y volver a abrazar a mi papá... Lo único que sé, aunque no pueda explicar el cómo, es que el hombre que entró en el sanatorio conmigo ese 7 de septiembre, el que aún estando internado me pedía cigarrillos y vino, y al que se le notaba con sólo verlo que estaba enojado con Dios por haber tenido que dejar su "independencia" (una de las cosas que él más valoraba), no era el mismo que se fue ese 25 de octubre.

El Señor me dio la posibilidad de predicarle varias veces en ese mes y medio, como también le predicaron varias veces mi tío (su hermano) y algunos pastores y hermanos preciosos que lo visitaron. ¡No le quedó otra que escuchar el evangelio muchas veces! Y su actitud fue cambiando de la primera a la última vez que lo escuchó. Mostró arrepentimiento de sus pecados y aceptación del evangelio, aun en la debilidad de su situación. 

Por supuesto que yo, como hija, hubiera deseado ver más... tener más seguridad, verlo hacer buenas obras, poder contarles el día de mañana a mis hijos de la piedad de su abuelo. Pero, como con el ladrón en la cruz, Dios lo quiso así. ¿Y es menos milagroso? No lo creo. Para mí que un hombre pecador esté al final de su vida al lado del Mesías burlándose y blasfemando en un momento y al siguiente le diga en arrepentimiento y fe: "acuérdate de mí cuando vengas en tu Reino" es un milagro indescriptible. Hay un gran "¡¿Qué?!" en el medio. Imagino que el mismísimo ladrón que estaba al otro lado, su compañero de maldades, no lo habrá entendido. Es que suena a que falta una escena. "Es que Dios...", "pero Dios...", "de pronto Dios". No hay otra explicación. ¡Y es tan hermoso!

Me vi confrontada con mi propio legalismo de repente. Quería ver obras. No podía ser. ¿Cómo es que este jornalero de la última hora tiene el mismo pago que los que trabajaron todo el día? (Mt. 20:1-16). Pero, ¿no le es lícito a Dios hacer lo que quiere con lo suyo? No quiero que se malinterprete, yo deseaba con todo mi ser que él fuera salvo, no es que no lo quisiera... creo que es que no lo creía. Me di cuenta que por muchos años, y más fuertemente en estos últimos meses, oraba por su salvación... pero la creía imposible. 

Y me olvidaba que Dios es el Dios de lo imposible. Y no sólo eso... no sólo era posible para Dios, ¡sino que también Dios quería hacerlo! ¡Cuando entendí eso me voló la cabeza! Dios está más dispuesto a salvar de lo que nosotros estamos dispuestos a creer en esa disposición. Tanto le pedí a Dios que lo hiciera para sorprenderme tanto de ver que lo hizo... ¡qué incrédula! Y ahora siento que nunca creí de verdad, ¡y que nadie es muy difícil para Dios!

Me hizo ver la salvación de una manera más profunda. No es fácil de explicar. Nunca creí que pudiera tener la esperanza de volver a ver a mi papá en el cielo... Que no se malentienda; tengo muy buenos recuerdos de él, porque fue un papá muy bueno y un abuelo muy bueno. Y le voy a estar eternamente agradecida de que él me haya llevado a la iglesia. Pero él estaba lejos de Cristo, enemistado con Dios... aun habiendo escuchado el evangelio muchas veces, por muchos años. Habiendo crecido como hijo de un pastor bautista, y habiendo llegado él mismo a enseñar en la iglesia. Se alejó por muchos años, le dio la espalda a Dios y se hundió en sus vicios. Aun así Dios lo salvó. No es que le falte épica a su conversión; es que tal vez yo no terminaba de ver la épica de todas las conversiones... y de la mía. Si caminé 20 años con el Señor es sólo porque él lo quiso. El mismo sacrificio que se necesitó para la salvación de mi papá, fue el que pagó también mis pecados. ¡Qué hermosas son las historias que su sangre escribe!

Como dice una canción que me gusta mucho: 

¿A quién podés volverte cuando se termine tu vida? /Todo se trata de a Quién conocés/ Cuando llegás al final y no tenés nada que mostrar, /Todo se trata de a Quién conocés/ Nada de lo que hagamos acá abajo nos va poder salvar porque /Todo se trata de a Quién conocés/



 Dedicado a la memoria de mi papá, un hombre al que siempre quise mucho... ¡y un hombre de Dios!

24.7.23

Algunas consideraciones con respecto a la maternidad

I. La bendición de la maternidad

Contrario a lo que este mundo, y sobre todo esta generación feminista distorsionada, cree y trata de imponernos, nosotros sabemos que los hijos son una bendición del Señor. Si bien la maternidad no es fácil en absoluto, los hijos no son una carga, no son una maldición, no nos arruinan la vida, como este mundo quiere hacernos creer. La Biblia no sólo no lo expresa así, sino todo lo contrario:


He aquí, herencia de Jehová son los hijos; Cosa de estima el fruto del vientre. Como saetas en mano del valiente, Así son los hijos habidos en la juventud. Bienaventurado el hombre que llenó su aljaba de ellos; No será avergonzado Cuando hablare con los enemigos en la puerta(Sal.127:3-5).

Tu mujer será como vid que lleva fruto a los lados de tu casa; Tus hijos como plantas de olivo alrededor de tu mesa. He aquí que así será bendecido el hombre Que teme a Jehová. Bendígate Jehová desde Sion, Y veas el bien de Jerusalén todos los días de tu vida, Y veas a los hijos de tus hijos. Paz sea sobre Israel(Sal. 128:3-6).

Este mundo ve la maternidad casi como una maldición; las madres tratan de sacarse de encima a sus hijos y muchas jóvenes no quieren tener hijos. Pero la maternidad en el plan de Dios es una bendición en varios aspectos:

* Bendición para la creación: porque el mandato bueno de un Dios bueno al principio de la creación, que él llamó "buena", fue que nos multiplicáramos,

Bendición para los niños: porque en un mundo caído lo mejor que les puede pasar a nuestros niños es que vayamos delante de ellos, protegiéndolos y mostrándoles el evangelio desde la edad más temprana; así estamos acercándolos a la mayor bendición, que es Dios mismo,

* Bendición para los padres: porque, además de la alegría incomparable que dan los hijos, por medio de la crianza, somos formados más a la imagen de Cristo, en paciencia, en trato de carácter, en amor sacrificial, etc.,

* Bendición para el mundo: porque el mundo necesita ver el evangelio puesto en acción, salvando y santificando a las personas, y

Bendición para la iglesia: porque la iglesia está compuesta de ¡personas! Y nosotros y nuestros hijos ¡somos personas! Si está en la voluntad del Señor salvar en medio de ellos, entonces estamos criando al futuro de la iglesia, y no es ningún trabajo “menor” lo que estamos haciendo.

En la iglesias en las que creemos que el pastorado o el liderazgo de mujeres sobre hombres no es bíblico estamos convencidos de que así es la voluntad de Dios, porque así lo vemos en su Palabra, pero muchas veces como mujeres caemos en el extremo de creer la mentira de que, al ser así, es de poca importancia lo que nosotras podemos hacer para la iglesia. La realidad es que todo cristiano, por pequeño o grande que sea el “ministerio” al que fue llamado, está haciendo teología. Nuestra vida diaria muestra nuestra teología, sea buena o mala. Nosotras somos teólogas y nuestros primeros discípulos son nuestros hijos. Todo lo que nuestros hijos vean o escuchen de nosotras está formando la imagen de Dios que ellos van a tener en su mente por largos años, seamos conscientes de eso o no. Entonces, ¡nuestro deber en la iglesia es enorme!


II. La responsabilidad de la maternidad

Si esto es así, si nuestro trabajo para el Señor es tan grande y tan bendito, entonces ¡nuestra responsabilidad también es grande! Como le recordó su tío a Peter Parker: “Un gran poder conlleva una gran responsabilidad”. Varios citas bíblicas nos recuerdan nuestra enorme responsabilidad, entre ellas:

Oye, Israel: Jehová nuestro Dios, Jehová uno es. Y amarás a Jehová tu Dios de todo tu corazón, y de toda tu alma, y con todas tus fuerzas. Y estas palabras que yo te mando hoy, estarán sobre tu corazón; y las repetirás a tus hijos, y hablarás de ellas estando en tu casa, y andando por el camino, y al acostarte, y cuando te levantes. Y las atarás como una señal en tu mano, y estarán como frontales entre tus ojos; y las escribirás en los postes de tu casa, y en tus puertas” (Deut. 6:4-9). Somos llamadas primero a que sea una realidad en nuestras vidas (con todo nuestro corazón, alma y fuerzas); no podemos dar lo que no tenemos nosotras primero. Y después somos llamadas a que sea una realidad en nuestra casa, y una realidad continua ("las repetirás", "al acostarte, y cuando te levantes").

 “Y vosotros, padres, no provoquéis a ira a vuestros hijos, sino criadlos en disciplina y amonestación del Señor” (Ef. 6:4).

Padres, no exasperéis a vuestros hijos, para que no se desalienten” (Col. 3:21).

No rehúses corregir al muchacho; Porque si lo castigas con vara, no morirá” (Pr. 23:13).

La necedad está ligada en el corazón del muchacho; Mas la vara de la corrección la alejará de él” (Pr. 22:15).

El que detiene el castigo, a su hijo aborrece; Mas el que lo ama, desde temprano lo corrige” (Pr. 13:24). No hay otra forma; si en verdad amamos a nuestros hijos, debemos corregirlos.

La responsabilidad es grande, el trabajo es arduo. Todo esto nos recuerda también que no está en nuestro poder el salvar a nuestros hijos. Somos llamadas a hacer todo esto en obediencia a Dios y por amor a Dios, más allá de los resultados, que no están en nuestras manos. En esto recordamos nuestra fragilidad, porque ¡qué más quisiéramos que salvar a nuestros hijos! Pero así como no está en nuestras manos el salvarnos a nosotras mismas, tampoco lo está el salvarlos a ellos (Sal. 49:7-9). 

No podemos (nadie puede) obligar a Dios a salvar, pero lo que sí podemos es cumplir con estas responsabilidades que tenemos sobre nuestros hijos y orar por ellos a un Dios amoroso que sabemos que escucha nuestras oraciones. Tenemos el hermoso ejemplo de Agustín de Hipona, que vivió cerca del año 400 d.C. Él creció con el ejemplo de su madre, Mónica, una cristiana devota, que oraba fervientemente por él. A pesar de que él había rechazado a Dios por muchos años y de haber sido un hombre inmoral, finalmente se convirtió al Señor, y su devoción a él fue tan grande que es considerado hoy en día un padre de la iglesia (tanto evangélica como católica, ya que hasta ese momento no estaba dividida), que nos dejó escritos muy valiosos. Y no sólo es un referente religioso evangélico y católico, sino que también es un gran referente en cuanto a filosofía y política mundial, y sus escritos valorados incluso secularmente, ¡aún luego de más de 1600 años! (Por ejemplo: en el tiempo en que estudié Cs. Políticas, su libro "La ciudad de Dios" era lectura obligatoria, aunque esa facultad es totalmente "secular"). Si lo pensamos desde el punto de vista bíblico de que los hijos son como flechas en manos del valiente (Sal. 127:4), ¡podríamos decir que la flecha de Mónica llegó bastante lejos, que aún sigue viajando después de 1600 años!

Agustín nos cuenta el "secreto" de su madre. En su libro "Confesiones" (prácticamente un testimonio exhaustivo de su vida), nos cuenta que su madre siempre oraba y rogaba por él. Tanto que él lo expresa así: "¡No se puede perder un hijo de tantas lágrimas!". Ahora, esta frase parece un poco chocante, ya que como dijimos, no está en nosotras el salvar a nuestros hijos; pero considerando la alta estima que Agustín tenía sobre la soberanía de Dios (de la cual fue un gran referente, y nos dejó enseñanzas valiosísimas como: "Tú, Señor, nos sueltas de las cadenas que nosotros mismos nos forjamos", "Tú nos has hecho para ti, y nuestro corazón está inquieto hasta que descanse en ti", "Tú me llamaste a gritos, y acabaste por vencer mi sordera. Tu me iluminaste, y tu luz acabó por penetrar en mis tinieblas", y "Dame lo que mandas y manda lo que quieras"), no puede estar diciendo que podamos vencer a Dios y hacer nuestra voluntad por sobre la de él. Yo creo más bien que su madre fue como la viuda que fue al juez injusto con insistencia, hasta que este le hizo justicia (Lc. 18:1-8). Dios nos compara con esa viuda para mostrarnos nuestra "necesidad de orar siempre y no desmayar" (v. 2), pero por supuesto que él no es como ese juez injusto; ¡él está muy deseoso de que le pidamos para recibir de él! (vv. 7-8). Nuestro deber es hacer nuestra parte en la crianza, mientras rogamos a Dios por salvación.


III. La necesidad de sabiduría en la maternidad:

La crianza de los hijos requiere sabiduría. Se requiere de equilibrio y discernimiento para la disciplina y la enseñanza. No todos los niños son iguales, por lo que para enseñarles bien debemos primero conocer su corazón. Me impactó mucho un ejemplo que leí de MacArthur hace varios años: él contaba que cuando sus hijos eran chicos un día encontró que uno de sus hijos acababa de tirar su Rolex al inodoro. Su primer reacción fue la de enojarse por el costo que tenía la travesura del niño, pero cuando le preguntó por qué lo había hecho, este le respondió que: "Solo quería ver cómo se hundía". Entonces entendió que el nene no lo había hecho con maldad, sino por mera intriga (e ignorancia del valor del reloj, por supuesto), y que por lo tanto, no era justo castigarlo en esa oportunidad. Por supuesto que ese no es siempre el caso, y por otro lado podemos ver madres que están siempre defendiendo a sus hijos, o tratando de excusar sus motivaciones. Como vimos, la Biblia nos dice que no amamos verdaderamente a nuestros hijos si nos negamos a corregirlos. Pero se requiere de verdadera sabiduría para conocer el corazón de ellos en cada ocasión, y el nuestro también, ya que somos suceptibles a la manipulación que ambos (corazones) pueden tener sobre nosotras. ¡Ah, pero Dios puede y quiere darnos esa sabiduría!

Y si alguno de vosotros tiene falta de sabiduría, pídala a Dios, el cual da a todos abundantemente y sin reproche, y le será dada” (Stg. 1:5). Muchos concuerdan en que el Santiago que escribe este libro de la Biblia es el medio hermano (terrenal) de Jesús. En los evangelios se nos dice que sus hermanos no creían en él, que creían que estaba loco, y hasta parece que se mofaban de él (Jn. 7:2-5, Mr. 3:21). Verdaderamente Santiago no fue sabio durante la vida terrenal de Jesús (al parecer creyó en él después de la resurrección), y nos aconseja diciendo que podemos ir a Dios en busca de sabiduría, porque él la da sin reproche. Si Jesús fuera como nosotros bien podría reprocharle a su hermano la falta de sabiduría; imagínense: ¡toda su vida viviendo con el Mesías de Dios en su propia casa, viéndolo crecer sin pecado, y no sólo no creía en él, sino que se burlaba! Ah... ¡si yo fuera Jesús! Pero gracias a Dios, ¡él no es como nosotros! ¡Él da su sabiduría sin reproche para todas las que hemos fallado muchas veces! Podemos tomar este consejo de primera mano de parte de Santiago: ¡Dios está más que dispuesto a dárnosla!


IV. Primer ejemplo de la gracia:

Debemos mostrar gracia con el niño (gracia para perdonar, gracia para disciplinar en el temor del Señor), y debemos mostrar la gracia de Dios en nosotras (mostrarles que también necesitamos perdón). Debemos modelar el evangelio para ellos, y, como dijimos, eso sólo es
posible si es carne en nuestra vidas. Ellos son espectadores en primera fila de nuestra vida para ver la gracia de Dios en nosotros. Deben verla de tal manera que ellos quieran acudir a esa gracia también. Esto no significa que seamos perfectas, sino más bien todo lo contrario: porque no lo somos, porque tenemos debilidades, ellos deben vernos ser rápidas para reconocerlas y acudir al Señor. Ellos deben ver que nosotras también necesitamos perdón. De otra manera, no sería gracia. Y tampoco existe otra manera.

V. Sobre el temor, la ansiedad y el desánimo

Una amiga muy querida y muy sabia me dio un consejo hace varios años, y en cada tiempo de prueba posterior a eso, Dios siempre me trajo su consejo al corazón. Se convirtió en mi lema de vida. Su consejo fue: “Dios no prometió gracia para la imaginación”.  En un mundo de "qué pasaría sí..." o "qué haría si..." es bueno frenar la mente de nadar en situaciones en las que Dios no nos mandó a nadar. Todas las personas tenemos una gran lucha con la ansiedad, porque queremos tener todo bajo nuestro control, pero no somos Dios. Y principalmente las mujeres podemos tener un punto débil con este tema.

Dios es eterno, y sus tiempos no son los nuestros. A él no le toma por sorpresa el mañana. Para nosotras el mañana es algo que todavía no llegó, que no sabemos lo que nos depara. Pero no para Dios; él ve lo futuro como ya “acabado” (lo que nosotras consideraríamos como "pasado"): Porque a los que antes conoció, también los predestinó para que fuesen hechos conformes a la imagen de su Hijo, para que él sea el primogénito entre muchos hermanos. Y a los que predestinó, a estos también llamó; y a los que llamó, a estos también justificó; y a los que justificó, a estos también glorificó.” (Ro. 8:29-30). 

Mas, oh amados, no ignoréis esto: que para con el Señor un día es como mil años, y mil años como un día” (2 Pe. 3:8). El tiempo visto desde la eternidad, desde donde lo ve Dios, es diferente que el nuestro, dentro de las paredes del tiempo. Dios nunca llega tarde, ni temprano; él llega a tiempo. Pero no es nuestro tiempo

Jesús dijo: “Así que, no os afanéis por el día de mañana, porque el día de mañana traerá su afán. Basta a cada día su propio mal.” (Mt. 6:34). Encarguémonos hoy de las preocupaciones del hoy, porque podríamos estar perdiendo el tiempo en preocuparnos por cosas que ni siquiera van a llegar, o que pueden llegar de manera diferente a como las imaginamos. Nuestro tiempo tiene visión limitada. Nosotras no podemos ver el futuro, pero Dios sí. No tenemos que preocuparnos por el mañana porque todavía no estamos ahí. ¿Pero saben quién sí está ahí? Dios. Porque él es eterno. Él ya está ahí. Y ese es nuestro consuelo en la ansiedad.

Yo me acosté y dormí, Y desperté, porque Jehová me sustentaba” (Sal. 3:5). Al escribir este salmo, el rey David huía de Absalón su hijo que se había rebelado contra él y había dividido su reino. El consuelo de David era que Dios estaba con él, y que Dios iba a estar “mañana”. Esperaba una salvación futura, pero descansaba en paz "hoy". Spurgeon dijo sobre este texto: Tiene que haber sido verdaderamente una blanda almohada la que pudo hacer que David olvidara su peligro cuando un ejército rebelde avanzaba tras su búsqueda¡Y cuántas veces nosotras nos desvelamos por preocupaciones tan triviales!

Tenemos esperanza, la esperanza de que Dios nos provee, junto con la prueba, la salida. Si damos lugar a la ansiedad sólo nos enredamos; él no nos promete “la salida” para la imaginación, pero sí para la prueba: No os ha sobrevenido ninguna tentación que no sea humana; pero fiel es Dios, que no os dejará ser tentados más de lo que podéis resistir, sino que dará también juntamente con la tentación la salida, para que podáis soportar” (1 Co. 10:13).




10.5.22

La vida cristiana práctica (2º entrada de 2)

En el posteo anterior hice algunos comentarios acerca de nuestro mandato como creyentes a ser diligentes en nuestra vida práctica. Me gustaría ahondar un poquito más; ya que es un tema muy extenso en la Biblia y con mucha riqueza, de seguro no voy a poder terminar de excavar esta inmensa mina de oro, pero espero poder llegar a ver un poco más.  

En Mateo 25:14-30, en la parábola de los talentos, Jesús nos enseñó nuevamente la importancia de velar por cumplir con su voluntad en lo que Él nos encargó. Él dijo:

“Porque el reino de los cielos es como un hombre que yéndose lejos, llamó a sus siervos y les entregó sus bienes. A uno dio cinco talentos, y a otro dos, y a otro uno, a cada uno conforme a su capacidad; y luego se fue lejos. Y el que había recibido cinco talentos fue y negoció con ellos, y ganó otros cinco talentos. Asimismo el que había recibido dos, ganó también otros dos. Pero el que había recibido uno fue y cavó en la tierra, y escondió el dinero de su señor. Después de mucho tiempo vino el señor de aquellos siervos, y arregló cuentas con ellos. Y llegando el que había recibido cinco talentos, trajo otros cinco talentos, diciendo: Señor, cinco talentos me entregaste; aquí tienes, he ganado otros cinco talentos sobre ellos. Y su señor le dijo: Bien, buen siervo y fiel; sobre poco has sido fiel, sobre mucho te pondré; entra en el gozo de tu señor. Llegando también el que había recibido dos talentos, dijo: Señor, dos talentos me entregaste; aquí tienes, he ganado otros dos talentos sobre ellos. Su señor le dijo: Bien, buen siervo y fiel; sobre poco has sido fiel, sobre mucho te pondré; entra en el gozo de tu señor. Pero llegando también el que había recibido un talento, dijo: Señor, te conocía que eres hombre duro, que siegas donde no sembraste y recoges donde no esparciste; por lo cual tuve miedo, y fui y escondí tu talento en la tierra; aquí tienes lo que es tuyo. Respondiendo su señor, le dijo: Siervo malo y negligente, sabías que siego donde no sembré, y que recojo donde no esparcí. Por tanto, debías haber dado mi dinero a los banqueros, y al venir yo, hubiera recibido lo que es mío con los intereses. Quitadle, pues, el talento, y dadlo al que tiene diez talentos. Porque al que tiene, le será dado, y tendrá más; y al que no tiene, aun lo que tiene le será quitado. Y al siervo inútil echadle en las tinieblas de afuera; allí será el lloro y el crujir de dientes”. 

En el contexto de esa época, un “talento” no se refería, como entendemos nosotros ahora, a una habilidad o un don; sino que era una moneda de intercambio muy valiosa (se estima que un talento equivaldría al trabajo de 20 años de un jornalero). D.A. Carson comenta sobre esta parábola: 

“«En seguida» [luego, en nuestra versión] (v. 16) se refiere a la prontitud del siervo para poner a trabajar el dinero, no a la partida del dueño (…). El punto es que el buen siervo se sintió responsable y fue a trabajar sin demora. «Negoció con ellas» (de la versión NVI) no significa que el siervo invirtió el dinero en alguna agencia de préstamos. Más bien ideó algún negocio y trabajó con el capital para hacerlo crecer. Pero otro siervo, que no deseaba trabajar ni tomar riesgos, simplemente escondió el dinero en la tierra (v. 18).

El primer siervo, que duplicó los cinco talentos (v. 20), recibe elogios, en especial por su fidelidad, y obtiene dos cosas (vv. 21, 23): mayor responsabilidad y una parte en el jara («felicidad», como en Juan 15:11) de su amo (…).

El segundo siervo ha sido fiel con lo que se le ha dado (v. 22) y escucha las mismas palabras que su compañero siervo más apto (v.23). Quizá lo «mucho más» asignado a ambos hombres no es exactamente lo mismo. El propósito no es igualitarismo, sea aquí (cf. 13:23) o en el reino consumado, sino mayor responsabilidad y participación en la felicidad del amo según los límites de capacidad de cada siervo fiel.

El tercer siervo acusa a su señor de ser un hombre «duro» (skleros, v. 24). La palabra, también en griego, puede significar varias cosas (…). El siervo está diciendo que el amo está oprimiendo, explotando el trabajo de otros («que cosecha donde no ha sembrado»), y que pone al siervo en una posición injusta. Si se arriesgaba por incrementar el talento a él encomendado, vería poco de su beneficio. Si fallaba y lo perdía todo, incurriría en la ira del amo. Además, quizá está ofendido por haber recibido mucho menos que los otros dos compañeros (...); por tanto, en un acto más bien rencoroso, devuelve a su señor lo que le pertenece, ni más ni menos (v. 25).

Lo que este siervo pasa por alto es su responsabilidad hacia su señor, y su obligación de cumplir las tareas a él asignadas. Su error denuncia su falta de amor hacia su señor, lo que esconde culpando a su amo y excusándose. Sólo el siervo malo culpa a su señor. «Las vírgenes insensatas [de la parábola de las 10 vírgenes, en 25:1-13] fallaron al pensar que su parte era demasiado fácil; el siervo malo falla al pensar que la suya es demasiado difícil» (Alf). La gracia nunca perdona la irresponsabilidad; aun aquellos a quienes se les ha dado poco están obligados a usar y desarrollar lo que tienen (...).

El siervo malo es «inútil» (ajreiros, utilizado sólo aquí [v. 30] y en Lc. 17:10), porque no hacer el bien y no utilizar lo que Dios nos ha encomendado es grave pecado, que se muestra no solamente en la pérdida de los recursos desatendidos sino en rechazo por parte del maestro, destierro de su presencia, y llanto y rechinar de dientes.

La parábola insiste en que la vigilancia que debe distinguir a todos los discípulos de Jesús no conduce a la pasividad sino a cumplir con el deber, a crecer, a cuidar y a desarrollar los recursos que Dios nos encomienda, hasta que «después de mucho tiempo» (v. 19) el amo regrese y arregle cuentas. La parábola se aplica ampliamente y no se puede restringir a líderes cristianos o judíos que no reconocen a su Mesías.”

Como dice Carson, su aplicación es amplia; tan amplia, que habla de siervos “buenos” y “malos”, de un juicio final y de gozo en la presencia del amo o condenación. ¿Significa esto que ganamos nuestra salvación con lo que hacemos, o que, aun teniendo nuestra salvación, podemos de alguna manera perderla finalmente? ¿Es esto contrario a todo el mensaje del evangelio, que es por gracia, sobre los méritos de Cristo? No, de ninguna manera. Somos salvos pura y exclusivamente por Cristo, por su sacrificio en nuestro favor que pagó el precio que no podíamos pagar ni con nuestras mejores obras de justicia (ya que eran como “trapos de inmundicia”, manchados por nuestra maldad – Is. 64:6), que nos reconcilió con el Padre, de quien nuestros pecados nos habían separado (Is. 59:2, 2 Co. 5:19, Ro. 3:23-26). Como dice Paul washer: “Nosotros no aportamos nada en nuestra salvación, excepto por el pecado que la hace necesaria”. Dios nos salva, no por nuestras buenas obras, sino por la obra completa de Cristo. Pero… decir eso es sólo una parte; recordemos que Efesios 2:10 (entre muchos otros versículos) dice que fuimos salvados para buenas obras. Matthew Henry dijo: “Aquellos que obtienen la misericordia para ser justos, obtendrán testimonio de que son justos”. Puede ser muy peligroso pensar que somos salvados por buenas obras, pero eso no significa que la Biblia no enseñe que somos salvados para buenas obras. Ese es el fin de la salvación: buenas obras que glorifiquen a Dios, para que otros lo vean y también le conozcan. “Así alumbre vuestra luz delante de los hombres, para que vean vuestras buenas obras, y glorifiquen a vuestro Padre que está en los cielos” (Mt. 5:16). No somos salvos por nuestras buenas obras, pero nuestras buenas obras son la evidencia de que somos salvos. Si no andamos en buenas obras, si no estamos trabajando en nuestro entendimiento, en nuestro amor hacia Dios, hacia nuestros hermanos, aun hacia el mundo, para llevarlos a Cristo; si no estamos trabajando en nuestro carácter para que refleje el de Cristo… algo anda mal.

Pero todo esto sería un peso enorme para nosotros si no tuviéramos el evangelio y la promesa de poder del Espíritu Santo a nuestro favor. Podemos estar viéndolo como el siervo malo: “Es demasiado difícil”, o “Dios es demasiado duro al pedir este fruto”. O aun, podemos querer, pero estar algo perdidos: “¡No sé por dónde empezar!”. Bueno, bien. Es un paso a la vez. Un día a la vez. Pero con la certeza, la bendita certeza, de que en Cristo tenemos todo lo que necesitamos: si estamos en Él, ¡todo es nuestro, y nosotros de Cristo, y Cristo de Dios! (1 Co. 3:23). “Todas las cosas que pertenecen a la vida y a la piedad nos han sido dadas por su divino poder, mediante el conocimiento de aquel que nos llamó por su gloria y excelencia, por medio de las cuales nos ha dado preciosas y grandísimas promesas, para que por ellas llegaseis a ser participantes de la naturaleza divina, habiendo huido de la corrupción que hay en el mundo a causa de la concupiscencia…” (2 Pe. 1:3-4). 

Ser intencional incluye pensar (lo que el Pity, y toda la filosofía de este mundo caído, no quiere hacer). Se nos llama a afirmarnos en las promesas de Dios, y para eso necesitamos tenerlas en nuestra mente y conocer nuestros propios baches. Los puritanos sabían (y escribieron) mucho de esto: la vida cristiana requiere el ejercicio continuo del pensamiento y de la acción. Y, ¿hasta cuándo es esto? Hasta que el Señor, el dueño de los talentos, vuelva. Hasta que Cristo nos venga a buscar, o hasta que vayamos a él. El salmista lo decía de otra manera; él decía que no iba a estar satisfecho (consigo mismo) hasta que “despierte a su semejanza” (Sal. 17:15). El cristiano debe convertirse, en cierto sentido o hasta cierto punto, en su propio médico. Médico de cabecera, conociendo bien su propio historial para poder dar un buen diagnóstico (Sal. 42:5,11; Sal. 43:5; Sal.19:12),  y hasta cirujano, de ser necesario (Mt. 5:29-30). Los salmistas son un buen ejemplo de este examen del corazón y de esta búsqueda de crecimiento personal. Para esto podemos hacernos preguntas como: ¿Es este pensamiento recurrente una verdad bíblica o estoy dejando que se arraigue en mí una mentira? ¿Es este pensamiento fiel al carácter de Dios? (¿O estaré pensando que Él es injusto, como lo hacía el siervo malo? ¿o tal vez que a Dios no le interesa tanto una pequeña desobediencia, o hasta que me está negando algo bueno, como le insinuó la serpiente a Eva?). ¿Está bien esta reacción? ¿Qué puedo hacer para cambiar esta situación? Y si no puedo cambiarla, ¿cómo puedo crecer yo en medio de esta aflicción? ¿Cómo puedo ayudar a mi prójimo en este momento que está pasando? ¿Por qué hago lo que hago? Muchas veces podemos excusarnos diciendo: “¡Es que yo soy así!”, pero ese “así” como soy, ¿es el “así” que Dios quiere, o el “así” que Él nos manda a crucificar? Tal vez descubramos, para sorpresa nuestra, que pensamos como pensamos o hacemos lo que hacemos por mera costumbre, como la mujer que cortaba el pescado al ponerlo en el sartén y cuando le preguntaron por qué lo hacía respondió que no sabía por qué, que simplemente su mamá lo hacía así. Y al preguntarle a su mamá por qué lo hacía, respondió lo mismo: su mamá lo hacía así. Y al preguntarle a la abuela de la primer mujer (madre de la segunda), ella respondió: “Es que mi sartén era chica, y si no lo cortaba no me entraba”. Tal vez estamos replicando costumbres sin saber por qué. Pero en la vida cristiana, nos perdemos de mucho más que un pedazo de pescado. Sólo hay dos opciones: o hacemos lo que hacemos porque es lo que a Dios le agrada, o lo hacemos porque es lo que aprendimos de este mundo caído. Pero debemos recordarnos que no podemos confiar en la “bondad” del mundo que mató a nuestro Salvador.

Y otra vez: la buena noticia es que en Cristo tenemos todo para vivir la vida cristiana. Y uno de los medios que Dios nos dio es la vida de la iglesia. Él lo dispuso así. No se espera que pasemos por la vida cristiana solos, ni que hagamos nuestro diagnósticos y tratamientos totalmente solos; después de todo, todos tenemos puntos ciegos en los que nuestros hermanos nos pueden ayudar. Dios dispuso que nuestro crecimiento sea por medio de su cuerpo (Col. 2:19, Ef. 2:20-22, Ef. 3:17-19). Nos necesitamos mutuamente (Pr. 27:17, Ecl. 4:9:12).

También es bueno saber que no siempre una vida intencional o diligente luce como una agenda cargada, con actividades todos los días; a veces puede verse como una mamá recostada con su bebé, cantándole para que se duerma por tercera vez en la noche, o un papá esforzado que intenta prestar atención a su hijo cuando le habla, a pesar del cansancio. Por supuesto que es más que eso, pero no menos. Si estamos donde Dios quiere que estemos, ningún servicio es “menor”. Dios no se olvida de nuestro esfuerzo, ni lo tiene en poco (ver Mr. 9:41, Mt. 6:6 y Gál. 6:9). Y si sabemos que estamos donde Dios nos puso, si sabemos que esta es nuestra obra, hagámosla de todo corazón, sabiendo que estamos delante del Señor (Ver 1 Co. 10:31, 16:14; Col. 3:23-24; 1 Tes. 5:16-18). Y, hagámoslo a consciencia: ¿Para quién lo hago? ¿Por qué lo hago? ¿Cómo lo hago? ¿Cómo podría hacerlo mejor? ¿Dirían los que me vean que Dios se ve hermoso (glorioso) a través de mí en esto? ¿Creo de verdad que Dios me puso acá para formar mi carácter, para servir a mi prójimo, para conocer más de Él, o creo que es una vuelta del azar el hecho de que se me esté quemando la comida, mientras uno de mis hijos quiere ir al baño y el otro llora sin motivo? La vida cristiana es una vida sumamente “práctica”; porque de eso se trata la “vida”.

La vida cristiana práctica (1º entrada de 2)

El contexto en el que nacemos

La mayoría de nosotros pasamos por esta vida simplemente corriendo tras cada cosa que nos toca hacer. La filosofía de nuestro mundo apela al “aquí y ahora”, a “disfrutar el momento”, a “vivir la vida, porque sólo se vive una vez” (y en eso tienen razón porque He. 9:27 nos dice que “está establecido para los hombres que mueran una sola vez, y después de esto el juicio”, sólo que se “olvidan” de la parte del juicio posterior a esta vida y, paradójicamente, en lugar de usarlo como una advertencia para vivir una vida santa de la que no nos avergoncemos cuando estemos delante de Dios, lo usan como excusa para pecar). Abunda el entretenimiento, la superficialidad y la búsqueda de resultados exprés. El mundo vive buscando algo más que lo distraiga de sus problemas, en última instancia, eternos. Un cantante popular, el Pity Álvarez, concluyó en una de sus canciones: “Vengo apostando todo lo que tengo a un caballo que nunca gana; voy a tener dejar este juego o cambiar de caballo mañana”. Pero, lamentablemente, aunque ve bastante claro el problema, no está dispuesto a poner esfuerzo en buscarle la solución, porque también dice: “No tengo ganas de seguir, pero tampoco tengo ganas de parar; tendría que pensar qué me esta pasando, pero es que estoy cansado de pensar”. 

Esto es lo que mamamos desde siempre. Esta forma de pensar, aunque podamos rechazarla en la teoría, conforma el aire que respiramos desde que nacimos. Lo escuchamos a diario. Lo vimos modelado en nuestros padres. Es el pensamiento que heredamos de ellos; tan contrario al cristianismo, que Pedro nos recuerda que tuvimos que ser “rescatados de [nuestra] vana manera de vivir, la cual [recibimos] de [nuestros] padres” con nada más y nada menos que la sangre de Cristo. Nuestra manera de vivir sin Cristo era vana, inútil, sin sentido, sin un plan, sin un propósito.

No solemos ocuparnos de todos los asuntos que pasan por nuestra mente; no podríamos ni en 100 años. El tiempo es corto y lo sabemos. Por eso nos ocupamos sólo de lo que es más urgente a nuestros propios ojos, lo que creemos que no podemos dejar para otro día, lo que “necesitamos” hacer. Por eso nos quedamos con miles de “uno de estos días paso” o “¿para cuándo esos mates?” en la boca y nada más… Es mucho lo que nos gustaría hacer (en un universo paralelo), pero, por lo general, lo que en verdad hacemos no es tanto; es sólo aquello que en verdad queremos hacer, para lo que planeamos, lo que buscamos hacer. Buscamos lo que es importante para nosotros. Lo que hacemos evidencia nuestras prioridades, nuestros deseos más profundos. Entonces viene Jesús y nos dice cosas incómodas como: “El que tiene mis mandamientos, y los guarda, ese es el que me ama” (Jn. 14:21). “Ese”. “No otro”. O: “todo aquel que hace la voluntad de Dios, ese es mi hermano, y mi hermana, y mi madre” (Mt. 12:50). “Guardar”, “hacer”; cosas que no son naturales para este mundo de “vive el hoy”, cosas que no podríamos llevar a cabo a menos que seamos “intencionales” o “diligentes”. No hay otro cristianismo.

El mandato del cristiano a ser diligente en su vida práctica

¿Es importante la teología? Importante, no; ¡sumamente importante! Lo que creemos, nos guste o no, moldea la forma en que vemos a Dios, y eso moldea la forma en que vivimos. Pablo nos dice en Ro. 10:17 que “la fe es por el oír, y el oír, por la palabra de Dios”. No podemos creer si no nos exponemos fielmente a la Palabra de Dios. Y también nos dice en 2 Co. 3:18 que al contemplar a Dios vamos creciendo en la semejanza de Cristo: “Por tanto, nosotros todos, mirando a cara descubierta como en un espejo la gloria del Señor, somos transformados de gloria en gloria en la misma imagen, como por el Espíritu del Señor”. Y por supuesto que es una necesidad básica, antes de que podamos ser intencionales en servir a Dios y hacer su voluntad, que primero creamos en él (“Sin fe es imposible agradar a Dios; porque es necesario que el que se acerca a Dios crea que le hay, y que es galardonador de los que le buscan” – He. 11:6). Pero no existe para Dios una categoría de “cristiano” que no busque activamente agradarle, conocer cuál es su voluntad y hacerla (ver Ro. 2:1-2: “Os ruego por las misericordias de Dios, que presentéis vuestros cuerpos en sacrificio vivo, santo, agradable a Dios, que es vuestro culto racional. No os conforméis a este siglo, sino transformaos por medio de la renovación de vuestro entendimiento, para que comprobéis cuál sea la buena voluntad de Dios, agradable y perfecta”), al menos no uno que viva por mucho tiempo en ese estado. 

Dios no es como nosotros. Nosotros nacemos en un mundo sin rumbo, inútiles; nos movemos en la filosofía que nos implanta este mundo, entreteniéndonos, hasta que conocemos a Dios. Él nos salva de ese sinsentido y nos da un propósito. Dios es un Dios de propósito, y cuando nos salva no dice: “Bueno, quedate ahí a un costadito; ya voy a ver qué trabajo encuentro para vos”. ¡No! ¡Él nos salva porque ya tiene un propósito para nosotros! “Porque somos hechura suya, creados en Cristo Jesús para buenas obras, las cuales Dios preparó de antemano para que anduviésemos en ellas” (Ef. 2:10). El evangelio es la historia de cómo Dios, un Dios de orden y de planificación, trajo salvación a un mundo perdido, habiéndola planeado desde antes de la fundación del mundo, llevándolo a cabo al pie de la letra, “en el cumplimiento del tiempo” (Gál. 4:4), calculando el precio (la sangre de su Hijo precioso), y encargándose de que nada quede sin cumplir. Tanto así que aun lo que queda por hacer a futuro (la glorificación) ya está hecho en sus planes (Ro. 8:28-32). Y, aunque no compartíamos su naturaleza, sino la de este mundo caído, cuando Dios nos adopta como hijos, él nos da su naturaleza. Nos da un propósito. ¿Cuál es este propósito? ¡Que le glorifiquemos! (Ef. 1:3-14). Si a veces como cristianos no estamos haciendo nada, o no sabemos qué hacer, no es porque Dios no tenga trabajo para nosotros, sino ¡porque no hemos leído lo suficiente nuestras Biblias! Dios nos manda una y otra vez a ser diligentes en nuestra vida cristiana y a hacer buen uso de nuestro tiempo: 

Mirad, pues, con diligencia cómo andéis, no como necios sino como sabios, aprovechando bien el tiempo, porque los días son malos” (Ef. 5:15-16)

Andad sabiamente para con los de afuera, redimiendo el tiempo” (Col. 4:5)

Enséñanos de tal modo a contar nuestros días, que traigamos al corazón sabiduría” (Sal. 90:12)

Acuérdate de tu Creador en los días de tu juventud, antes que vengan los días malos, y lleguen los años de los cuales digas: No tengo en ellos contentamiento” (Ecl. 12:1)

La importancia y la urgencia de la diligencia en la vida cristiana

Como decíamos, en la vida no todo se puede. Hay cosas de las que podríamos prescindir. Hay riesgos que podemos tomar. Existen cosas más pesadas que otras, y las cosas caen por su propio peso. Pero un cristiano que no vive para la gloria de Dios es en sí mismo una contradicción. Si hay algo en lo que no querríamos fallar en la vida es esto. Puedo hacer una receta a ojo (en el peor de los casos sólo terminaría tirando una torta), pero no me atrevería a hacer una casa a ojo. No. ¡No quisiera perder todos esos recursos ni quedarme, por un mal cálculo, sin la casa! Planearía. Tomaría medidas hasta milimétricas (no quisiera tener una bañera más grande que el baño, ni la canilla fuera de la bacha). Contrataría gente que sepa. Me tomaría mi tiempo. Haría cuentas. Cristo también nos mandó a “hacer cuentas” antes de seguirle, para ver si estaríamos dispuestos a pagar el precio:

 “Porque ¿quién de vosotros, queriendo edificar una torre, no se sienta primero y calcula los gastos, a ver si tiene lo que necesita para acabarla? No sea que después que haya puesto el cimiento, y no pueda acabarla, todos los que lo vean comiencen a hacer burla de él, diciendo: Este hombre comenzó a edificar, y no pudo acabar. ¿O qué rey, al marchar a la guerra contra otro rey, no se sienta primero y considera si puede hacer frente con diez mil al que viene contra él con veinte mil? Y si no puede, cuando el otro está todavía lejos, le envía una embajada y le pide condiciones de paz. Así, pues, cualquiera de vosotros que no renuncia a todo lo que posee, no puede ser mi discípulo.” (Lucas 14:28-33) 

Si fuéramos carpinteros a quienes su jefe les dejó una tarea que hacer, con un esquema dibujado, medidas exactas, color, detalles, todo… Nos aseguraríamos de cumplir a la perfección nuestra tarea. No seremos carpinteros, pero nuestro Señor nos dejó en su Palabra con claridad lo que espera de nosotros. ¿No es acaso la tarea más importante de nuestras vidas? ¿No son, acaso, nuestras vidas de amistad, matrimonio, paternidad, familiaridad, hermandad, y nuestra relación con el mundo, al fin y al cabo, meras piezas del rompecabezas final que es, en última instancia, nuestras vidas delante de Dios, nuestro cristianismo como tal? ¿No es Dios tan real que cambia vidas, restaura relaciones, arranca vicios, le da fuerza al débil y sabiduría a los necios? ¿Es el poder de Dios limitado, como para sólo obrar en lo grande, pero no en lo pequeño? Si Él viste los lirios del campo, y nuestras vidas están en sus manos, ¿no se interesa Él en nuestras debilidades y flaquezas diarias? ¿No es esa la misión del Consolador, el Espíritu Santo que envió para darnos de lo suyo y hacérnoslo saber? ¡Que el Señor nos ayude a confiar en su ayuda y a vivir una vida digna de Su evangelio!

4.11.21

Su amor

 No puedo entender tan grande amor

que me incluyera en un plan mayor;

si yo me esforzaba por arruinar mi vida sin saberlo,

si yo no pensaba en la eternidad,

ni siquiera por un momento.


¿Por qué debería él hacer de esto su empeño,

si él no perdía nada sin mí,

pero yo gano todo por él?

No puedo entender que se humillara así.


¿Cómo puede ser que la sangre de Aquel a quien asesiné

hoy sea la cura para el cáncer que carcomía mi ser?

¿Cómo puede ser que su carne sea el puente

que hoy me lleva a mi nuevo hogar, junto a él?


Ninguna pluma podría escribir una historia mejor...

y por más de que lo hiciera, no sería real... no podría ser.

Pero su corazón lo pensó, su boca lo habló, y así fue.