[Spoiler alert! Contenido súmamente cursi, de madre babosa. No apto para insensibles]
A mi pequeño "sanguchito":
No siempre hago dedicatorias públicas para tu cumpleaños, pero vos sabés que no es porque no te ame (que te lo digo todos los días) ni porque no tenga el deseo de festejar tu vida. La mayoría de las veces las palabras vuelan bajito y las dejo ahí, posadas en tu mejilla; pero hay otras veces en que sopla un viento fuerte y hace que las palabras vuelen más alto, y las dejo ir, para que todos las vean, y sepan lo feliz que me hacés.
Pero no lo hago seguido, digo, no porque no quiera, sino porque viniste a nacer en una fecha complicada. Y estoy entre organizaciones de fin de año, Navidad, exámenes, limpieza, torta y globos. Sé que por la fecha solés sufrir muchas bajas en tu cumpleaños y que, por una inclemencia del tiempo o cualquier evento grande que se sume, corrés siempre el riesgo de quedarte sin fiesta. Sé también que todos llegamos siempre cansados a este tramo del año. Pero no importa, porque lo que me hace feliz es verte disfrutar.
¡Y eso es tan vos! El niño que no necesita ser visto para ser feliz. El niño que se enfrenta a sus temores y los vence. El que resuelve, el que rara vez se queja (y si te dice que algo le duele, más te vale que vayas subiendo al auto para llevarlo a la guardia, porque si no fuera serio no te habría dicho nada), el niño que aprendió a conformarse con lo que tiene, porque llegó en un tiempo que fue muy difícil, y que aprendió a compartir. De hecho, siempre tuvo que compartir, porque no hubo un tiempo en que todo fuera "suyo"; cuando llegó, ya había otro "medio dueño" de todas "sus cosas" (a quien él, con sus primeras palabras, aprendió a llamar "tomanito", pensando que ese era su nombre).
Y, como si aprender a compartir con uno fuera poco, y cuando ya se daba por cerrada la cuenta, hace un año tuviste que aprender a dividir las cosas por tres (excepto el amor; ¡el amor se multiplicó!). Me preocupaba cómo podría afectarte, pero vi que también te alegraste con la llegada de tu hermanita. Aprendiste a ceder. Y estrenaste un nuevo rol, uno que no conocías: ¡el de hermano mayor! ¡Y lo hacés tan bien! ¡Estoy orgullosa de vos, mi amor! Aunque a veces sos un poco (¡muy! jaja) pesado, también sos un hermano súper dulce. Siempre viniendo temprano en la mañana a nuestra pieza a saludar a tu hermanita, y siempre jugando con ella y cuidándola. (¡Perdón por no haberle puesto de nombre "Godzilla", como vos querías! Creeme, cuando seas grande lo vas a entender; ¡y Valen me lo va a agradecer! jaja). Así que quedaste "sanguchito": el del medio. Yo también soy sanguchito y, creeme, sé que no es fácil. ¡Pero lo estás haciendo muy bien!
También sé que este fue un año "raro". Sé que tuviste dos pérdidas grandes que no esperabas (nadie lo esperaba). Sé que viste llorar muchas veces a mamá. Y aunque no expresaste mucho, sé que no es fácil contar tantas emociones que pasan por un cuerpo tan chiquito en tan poco tiempo... También por eso a veces el cuerpo se expresa por nosotros, "llora" por nosotros. Y ahora, entre turnos médicos y estudios, esperamos respuestas, una vez más...
Pero no esperamos en los médicos. Porque aunque contamos con ellos (¡y estamos agradecidos por ellos!), y sabemos que son buenos instrumentos en las manos de Dios, también sabemos que nosotros mismos estamos en sus manos. Y que es un Dios bueno. Alguien, hace muchos años y en medio de un sufrimiento grande, lo llamó "el Dios que me ve". Dios te ve, niño que pasa desapercibido. Dios te ve. Y mamá también. Y de la mano de ese "Dios que nos ve" seguimos; esperanzados en que, venga lo que venga, él nos acompaña.
Te amo, mi niño sanguchito.