En estos días estuve recordando una canción que conozco desde
hace casi 20 años, pero que de alguna manera extraña vengo a darme
cuenta de que hoy en día siento que está hablando de mi vida muchas
veces. Siempre me pareció una canción tierna y con un buen mensaje,
pero siempre la vi desde afuera. Hoy en día, siento que el autor se
inspiró en mí, y agradezco que me dé esa lección, para recordarla
cuando me siento débil.
La canción trata, en forma de parábola, acerca de aceptar
nuestra identidad y la función que Dios nos dio. Cuenta la historia
de un payaso que, cansado de verse ridiculizado con la nariz pintada,
sueña con ser "equilibrista y oír sobre la pista ovaciones, en
vez de tanto reír". Hasta que, después de un grave accidente
por osar subirse al travesaño después de un ensayo, y quedar
paralítico como consecuencia del mismo, le avisan que el circo cerró
porque sin él "ya no venían niños a la función".
En este último tiempo, acostumbrándome a los nuevos desafíos y
sacrificios de la maternidad, muchas veces me siento así. A veces
pienso en mi vida antes de mi hijo y en cómo ahora no puedo hacer
muchas cosas que antes hacía. Pensando principalmente en el
ministerio y en mi vida espiritual. Ni hablar de tener la casa
siempre ordenada y la comida a horario... Jaja. Me llevó mucho
tiempo entender que el Señor me quiere, al menos por ahora, para
otra clase de fruto.
Luché por varios meses, y aún tengo mis días, pensando en estas
cosas, en lo que quisiera hacer por la Iglesia y no puedo, y en cómo,
a mí parecer, no era lo más "sabio" (sí, exacto... ¡Como
si yo pudiera decirle a Dios qué es lo más sabio! Esas estupideces
que se nos ocurren en los momentos de crisis y ceguera) que yo
tuviera que estar todo el día encerrada con un bebé que lo único
que hace es comer, dormir, ensuciarse y llorar. Sé que la crianza de
los hijos tiene un peso eterno, para bien o para mal, y que es algo
honroso. Eso nunca lo dudé y, de hecho, siempre me entusiasmó
pensarlo. Pero yo había pensado que mi marca para la eternidad la
iba a imprimir en una pequeña mentecita de, no sé, 7 años tal vez,
cuando le enseñara algún catecismo y le hablara del Evangelio por
medio de la disciplina... Me había olvidado de pensar en qué hacer
en el mientras tanto, ya que los niños no nacen de 7 años de edad.
Mi hijo todavía no me entiende lo suficiente como para poder
transmitirle el mensaje del Evangelio, ni mucho menos. Por ahora
pareciera que todo lo que puedo hacer es amarlo, darle el pecho,
cambiarlo, dormirlo y jugar con él. Servirlo, en otras palabras.
Sacrificarme. Morir por él cada día, cuando tenga ganas... Y cuando
no, también. Tener a alguien dependiendo de mí todo el tiempo. Ceder
mi espacio privado hasta para ir al baño. Priorizarlo a él. Bajar
mis estándares de logros y comodidades... Aun de belleza. Oler a
vómito muchas más veces de las que quisiera. No poder dedicar
tiempo a lo que yo quisiera, sino a lo que otro necesita. No poder
dormir como quisiera. No poder pensar con claridad por el ruido
constante que está en mi mente, aun cuando el ruido real se
calla... Morir. Morir. Y volver a morir. Y todo eso para que al otro
día, cuando todo el sacrificio del día anterior se terminó, tener
que volver a morir. Servir en lo secreto, donde nadie me ve para
recompensarme; o mejor dicho, donde la única personita que me vé no
se va a acordar de todo lo que estoy haciendo por él en unos 10
años. Humillarme. Y hacerlo con gozo.
Muchas veces fallo. Podría parecer un trabajo de lo más simple
desde afuera, pero aun así me doy cuenta de que muchas veces no lo
hago bien. Demasiadas veces.
Hay dos cosas que aprendí en este tiempo:
1). Dios no
me necesita y la Iglesia tampoco. Él no me necesita para edificar su
Iglesia. Por supuesto que soy parte de la Iglesia y todos los
miembros son útiles y necesarios para la edificación mutua. Pero me
refiero en término más trascendental; en última instancia, Dios no
me necesita para edificar su Iglesia.
2). Pero... Yo sí necesito este trato del Señor. No soy tan
buena como pensaba. No estoy tan firme como pensaba. No soy tan
madura como pensaba. Mi carácter todavía necesita ser edificado.
Todavía no llegué a la meta (y no que en algún momento haya
pensado lo contrario, ¡pero qué real que es ahora!). Todavía tengo
mucho que aprender, y qué mejor para moldear mi carácter que el
servicio secreto y sacrificado de la maternidad, donde necesito a
gritos que Dios me colme de su paciencia y gozo. Nunca somos más
parecidos a Cristo que en el valle de la humillación, donde al
reconocer nuestra debilidad, damos lugar a la fortaleza de Dios. Y
ahí es donde todo cobra sentido. Esa es la clase de fruto en el que
tengo que trabajar en este tiempo. No es en el carácter de mi hijo
en el que más tengo que trabajar en este tiempo.
Hace poco leí en el blog de Aylín Merck, la hija del pastor
Sugel Michelén, algo muy edificante (pueden leerlo en este enlace en inglés) acerca de
la relación entre la humillación de Cristo y el sacrificio de la
maternidad y me fue de mucha utilidad. Era lo que el Señor me venía
mostrando de a poco (muy de a poco). Necesitaba recordarlo. Por eso decidí
escribir esta líneas; porque tal vez puedan serle de ánimo a alguien
que esté pasando por algo similar. Así como Dios usó el blog de
Aylín para confrontarme y animarme, él quiera usar este también
para animar a otras madres.
Y por favor, no olviden orar por mí. Todavía estoy aprendiendo
mucho.
Maqui
Qué bueno es el Señor! Está interesado y comprometido con sus hijos hasta el final, en hacernos como a Cristo. Gracias Maqui por compartir, aunque no tengo hijos pequeños, ha sido de ayuda y edificación. La gloria para el Señor!!
ResponderEliminarGracias Maqui!! Es en la maternidad que nos damos cuenta de muchas cosas que de otra manera no serían tan evidente, mucho de nuestro carácter queda al descubierto y nos lleva a clamar a Cristo: ¡ayudame a morir!
ResponderEliminarYo tengo 2 hijos, de 6 y 2 años y aun me siento de forma, pero que bueno porque si fueramos perfectas no necesitariamos del Señor. Yo me di cuenta que dentro del hogar es mas dificil ser cristiana (no descubrí nada nuevo pero hoy eso es real para mi) pero es mas importante que serlo en la iglesia. Lo hermoso y alentador es que Cristo nos santifica a través de la maternidad!
Gracias Maqui! Es lindo saber que no sos la ùnica en la misma situación.
Bendiciones.