1.9.16

El fruto más importante

En estos días estuve recordando una canción que conozco desde hace casi 20 años, pero que de alguna manera extraña vengo a darme cuenta de que hoy en día siento que está hablando de mi vida muchas veces. Siempre me pareció una canción tierna y con un buen mensaje, pero siempre la vi desde afuera. Hoy en día, siento que el autor se inspiró en mí, y agradezco que me dé esa lección, para recordarla cuando me siento débil.

La canción trata, en forma de parábola, acerca de aceptar nuestra identidad y la función que Dios nos dio. Cuenta la historia de un payaso que, cansado de verse ridiculizado con la nariz pintada, sueña con ser "equilibrista y oír sobre la pista ovaciones, en vez de tanto reír". Hasta que, después de un grave accidente por osar subirse al travesaño después de un ensayo, y quedar paralítico como consecuencia del mismo, le avisan que el circo cerró porque sin él "ya no venían niños a la función".

En este último tiempo, acostumbrándome a los nuevos desafíos y sacrificios de la maternidad, muchas veces me siento así. A veces pienso en mi vida antes de mi hijo y en cómo ahora no puedo hacer muchas cosas que antes hacía. Pensando principalmente en el ministerio y en mi vida espiritual. Ni hablar de tener la casa siempre ordenada y la comida a horario... Jaja. Me llevó mucho tiempo entender que el Señor me quiere, al menos por ahora, para otra clase de fruto.

Luché por varios meses, y aún tengo mis días, pensando en estas cosas, en lo que quisiera hacer por la Iglesia y no puedo, y en cómo, a mí parecer, no era lo más "sabio" (sí, exacto... ¡Como si yo pudiera decirle a Dios qué es lo más sabio! Esas estupideces que se nos ocurren en los momentos de crisis y ceguera) que yo tuviera que estar todo el día encerrada con un bebé que lo único que hace es comer, dormir, ensuciarse y llorar. Sé que la crianza de los hijos tiene un peso eterno, para bien o para mal, y que es algo honroso. Eso nunca lo dudé y, de hecho, siempre me entusiasmó pensarlo. Pero yo había pensado que mi marca para la eternidad la iba a imprimir en una pequeña mentecita de, no sé, 7 años tal vez, cuando le enseñara algún catecismo y le hablara del Evangelio por medio de la disciplina... Me había olvidado de pensar en qué hacer en el mientras tanto, ya que los niños no nacen de 7 años de edad. Mi hijo todavía no me entiende lo suficiente como para poder transmitirle el mensaje del Evangelio, ni mucho menos. Por ahora pareciera que todo lo que puedo hacer es amarlo, darle el pecho, cambiarlo, dormirlo y jugar con él. Servirlo, en otras palabras. Sacrificarme. Morir por él cada día, cuando tenga ganas... Y cuando no, también. Tener a alguien dependiendo de mí todo el tiempo. Ceder mi espacio privado hasta para ir al baño. Priorizarlo a él. Bajar mis estándares de logros y comodidades... Aun de belleza. Oler a vómito muchas más veces de las que quisiera. No poder dedicar tiempo a lo que yo quisiera, sino a lo que otro necesita. No poder dormir como quisiera. No poder pensar con claridad por el ruido constante que está en mi mente, aun cuando el ruido real se calla... Morir. Morir. Y volver a morir. Y todo eso para que al otro día, cuando todo el sacrificio del día anterior se terminó, tener que volver a morir. Servir en lo secreto, donde nadie me ve para recompensarme; o mejor dicho, donde la única personita que me vé no se va a acordar de todo lo que estoy haciendo por él en unos 10 años. Humillarme. Y hacerlo con gozo.

Muchas veces fallo. Podría parecer un trabajo de lo más simple desde afuera, pero aun así me doy cuenta de que muchas veces no lo hago bien. Demasiadas veces.

Hay dos cosas que aprendí en este tiempo


1). Dios no me necesita y la Iglesia tampoco. Él no me necesita para edificar su Iglesia. Por supuesto que soy parte de la Iglesia y todos los miembros son útiles y necesarios para la edificación mutua. Pero me refiero en término más trascendental; en última instancia, Dios no me necesita para edificar su Iglesia.


2). Pero... Yo sí necesito este trato del Señor. No soy tan buena como pensaba. No estoy tan firme como pensaba. No soy tan madura como pensaba. Mi carácter todavía necesita ser edificado. Todavía no llegué a la meta (y no que en algún momento haya pensado lo contrario, ¡pero qué real que es ahora!). Todavía tengo mucho que aprender, y qué mejor para moldear mi carácter que el servicio secreto y sacrificado de la maternidad, donde necesito a gritos que Dios me colme de su paciencia y gozo. Nunca somos más parecidos a Cristo que en el valle de la humillación, donde al reconocer nuestra debilidad, damos lugar a la fortaleza de Dios. Y ahí es donde todo cobra sentido. Esa es la clase de fruto en el que tengo que trabajar en este tiempo. No es en el carácter de mi hijo en el que más tengo que trabajar en este tiempo.

Hace poco leí en el blog de Aylín Merck, la hija del pastor Sugel Michelén, algo muy edificante (pueden leerlo en este enlace en inglés) acerca de la relación entre la humillación de Cristo y el sacrificio de la maternidad y me fue de mucha utilidad. Era lo que el Señor me venía mostrando de a poco (muy de a poco). Necesitaba recordarlo. Por eso decidí escribir esta líneas; porque tal vez puedan serle de ánimo a alguien que esté pasando por algo similar. Así como Dios usó el blog de Aylín para confrontarme y animarme, él quiera usar este también para animar a otras madres.

Y por favor, no olviden orar por mí. Todavía estoy aprendiendo mucho.


Maqui




2 comentarios:

  1. Qué bueno es el Señor! Está interesado y comprometido con sus hijos hasta el final, en hacernos como a Cristo. Gracias Maqui por compartir, aunque no tengo hijos pequeños, ha sido de ayuda y edificación. La gloria para el Señor!!

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  2. Gracias Maqui!! Es en la maternidad que nos damos cuenta de muchas cosas que de otra manera no serían tan evidente, mucho de nuestro carácter queda al descubierto y nos lleva a clamar a Cristo: ¡ayudame a morir!
    Yo tengo 2 hijos, de 6 y 2 años y aun me siento de forma, pero que bueno porque si fueramos perfectas no necesitariamos del Señor. Yo me di cuenta que dentro del hogar es mas dificil ser cristiana (no descubrí nada nuevo pero hoy eso es real para mi) pero es mas importante que serlo en la iglesia. Lo hermoso y alentador es que Cristo nos santifica a través de la maternidad!
    Gracias Maqui! Es lindo saber que no sos la ùnica en la misma situación.
    Bendiciones.

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