Llegaste.
Profetizado tantas veces, esperado por tantos años, anhelado por los tuyos;
al fin llegaste.
Viniste.
Te acercaste a los que estaban lejos, trajiste el Reino de tu Padre,
te hiciste visible a nuestros ojos y viniste.
Bajaste.
Luz inaccesible, santidad inalcanzable, justicia perfecta,
a este mundo de oscuridad y tinieblas vos bajaste.
Gracia inmerecida. Amor eterno. Esperanza de tenerte.
El Rey infinito en hermosura, desechado por los hombres en su locura,
vino a ser el Redentor de este pueblo pobre pero rico,
afligido pero alegre, golpeado pero firme,
que hoy suspira por un día verle.
Nos buscaste.
Te metiste en nuestro barro y te embarraste.
Perseguiste al que huía, habiéndote ofendido,
y en lugar de darle su pago, lo besaste.
Lo sanaste.
Nuestro Amado,
si hoy te amamos, es porque nos amaste.
Y llegaste.
No sólo a este mundo, sino a mi vida oscura;
y la iluminaste.
Resplandeciste.
Conocí el amor del Padre.
Y llegaste, mi Cristo...
al fin, ¡llegaste!