18.12.14

Hacer el bien, sin temer ninguna amenaza: el ejemplo de Sara (1 Pedro 3:1-6)

"Asimismo vosotras, mujeres, estad sujetas a vuestros maridos; para que también los que no creen a la palabra, sean ganados sin palabra por la conducta de sus esposas, considerando vuestra conducta casta y respetuosa. Vuestro atavío no sea el externo de peinados ostentosos, de adornos de oro o de vestidos lujosos, sino el interno, el del corazón, en el incorruptible ornato de un espíritu afable y apacible, que es de grande estima delante de Dios. Porque así también se ataviaban en otro tiempo aquellas santas mujeres que esperaban en Dios, estando sujetas a sus maridos; como Sara obedecía a Abraham, llamándole señor; de la cual vosotras habéis venido a ser hijas, si hacéis el bien, sin temer ninguna amenaza" - 1 Pedro 3:1-6


Nuestra belleza no tiene que estar centrada en nuestro exterior (principalmente), sino en el interior; en el corazón. Como ejemplo de ésto se nos da a "aquellas santas mujeres que esperaban en Dios". ¿Cómo? "estando sujetas a sus maridos" (tal como ahora se nos manda a nosotras). Esta relación se explicará mejor más adelante en el texto.

A continuación, nuestro texto no se queda sólo con los ejemplos generales, sino que nos da un ejemplo más específico: el de Sara, que "obedecía a Abraham, llamándole señor; de la cual [nosotras hemos] venido a ser hijas, si [hacemos] el bien, sin temer ninguna amenaza".

¿Alguna vez se preguntaron cuándo llamó Sara a su esposo "señor"? En este texto aparece como un acto regular o continuo, ya que llamarlo "señor" era la forma en la que "obedecía" (la idea es que la obediencia era la actitud regular), sin embargo, en la Biblia sólo tenemos un ejemplo de Sara llamando "señor" a su esposo y, en este caso, no lo hizo de manera pública, sino privada; en sus pensamientos (algo de lo que sólo Dios supo; ver Gn. 18:12). Ésto muestra el respeto más íntimo. No era sólo de los labios para afuera, sino también en su mente, cuando sólo Dios podía verla (o escucharla). Y eso, por supuesto, podía verse en la forma en la que ella lo trataba en público. ¿Qué nos indica ésto? Que la sujeción nace del corazón o no es sujeción en absoluto (esto no significa que tengamos que estar siempre de acuerdo para sujetarnos o que si pensamos diferente no es sujeción; significa que la sujeción es, principalmente, una actitud del corazón. Por eso el texto también habla de una "conducta respetuosa". Tampoco significa que una mujer deba soportar indefinidamente actitudes violentas o abusivas por parte de su esposo, ya que en otras partes de la Biblia Dios mismo instituyó autoridades para mediar y resolver tales situaciones, autoridades tanto eclesiásticas como civiles).

Podríamos objetar: "Sí, pero su esposo era Abraham, el padre de la fe y de la promesa, uno de los hombres más piadosos que haya existido jamás... ¡a ella le tocó fácil!" Pero la Biblia nos muestra que eso no es así; él también era un hombre de carne y hueso, y también falló. Precisamente por eso nuestro pasaje continúa diciendo que hemos venido a ser sus hijas si hacemos el bien, sin temer ninguna amenaza. ¿A qué se refiere? Si vamos a Gn. 20, vemos cómo Abraham le mintió a Abimelec, rey de Gerar, diciéndole que Sara era su hermana (en realidad fue técnicamente una "media verdad", ya que Sara era su hermanastra, pero le ocultó que fuera su esposa, por temor a que él lo matara por la belleza de Sara). ¡Pensemos lo que eso significa! Por la cobardía de su esposo, ella podría haber sido violada por el rey Abimelec o por cualquier otro hombre de Gerar; o bien podría haber sido ejecutada, una vez descubierta la mentira. ¡Apuesto a que ninguno de nuestros esposos haría algo así! (al menos, ¡eso espero!).

¿Qué debería haber hecho Abraham en este caso? Bueno, por supuesto que en primer lugar no debería haber pecado. Él es el padre de la fe, pero en este caso lo que le faltó fue precisamente... ¡Fe! Lo que él tendría que haber hecho era... ¡"[hacer] el bien, sin temer ninguna amenaza"! Suena familiar, ¿no? ¡Sí! Eso es lo que se espera de todos; no sólo de las esposas, sino de todo cristiano. Lo que se nos pide no es nada de otro mundo (en cierto sentido). Si no se nos pidiera como esposas, se nos pediría como creyentes, de igual manera; así que no tenemos excusa para quejarnos como si Dios no quisiera a las mujeres, o cualquier otra idea feminista anti-bíblica que este mundo nos quiera vender.  

Pero, volviendo a lo que respecta a nosotras, Pedro les está hablando particularmente a las esposas acá, y nos da el ejemplo de Sara para fortalecer su idea, al darnos como referencia a alguien que lo hizo bien (en este caso, porque sabemos por las Escrituras que hubo otros momentos en los que ella se equivocó y Abraham no. ¡No nos olvidemos que ella se rió al escuchar la promesa por primera vez!... Ella también era de carne y hueso, pero es precisamente eso lo que nos motiva). Hay otros pasajes dirigidos a los esposos (¡y créanme que son fuertes!); pero a la esposa que al ver este pasaje se da vuelta y apunta a su esposo, diciendo: "sí, pero él...", Pedro la toma dulcemente por el hombro y la vuelve nuevamente hacia su responsabilidad (a la responsabilidad que ella estaba tratando de evitar). Y, ¿cómo lo hace "dulcemente"? Al señalarnos a una de las nuestras (sí, ¡era humana!) que lo logró. Lo que él nos está diciendo es: "Damas, ¡no es imposible!" (eso, por supuesto, para las mujeres cristianas, ya que sólo puede nacer de un corazón regenerado; porque no es algo externo, sino interno, como ya vimos). Así que... ¡ es posible! Pregúntenle a Sara.

Otra objeción que podríamos dar es: "Bueno, sí... Lo que Abraham hizo fue grosero, ¡pero apuesto a que él aprendió la lección! En cambio mi esposo nunca aprende, siempre hace lo mismo". Bueno, hay más noticias entonces: esa no fue la primera vez que Abraham hizo eso; ¡ya lo había hecho previamente con el rey de Egipto! (Gn. 12:13). ¡Ahí está! Dios acaba de destruir otro de nuestros argumentos favoritos.

Lo que podemos tomar de todo ésto es que, aun cuando se espera que nuestros esposos cumplan con los mandamientos de Dios tanto como se espera de nosotras, eso no es una excusa para no cumplirlos nosotras. Los pecados de los demás no son excusa para nuestros propios pecados. Dios nos va a pedir cuentas de nuestros propios pecados, no de los de otros. Necesitamos ver nuestro pecado tan condenable como vemos el de los demás y comenzar a odiarlo como odiamos el de los demás.

Y ¿qué es lo que se exige de nosotras? En últimas, "[hacer] el bien, sin temer ninguna amenaza" es un asunto de fe en Dios. Eso fue lo que a Abraham le faltó y lo que Sara tuvo, en esta oportunidad. Por decirlo de alguna manera, lo que está fallando cuando no honramos a nuestros esposos es nuestra fe en Dios. ¿Por qué? Porque esa es la razón de todo el ejemplo que se nos da en este pasaje, y acá es donde se explica mejor la relación entre la fe y la sujeción (como dije al principio): Esas mujeres (entre las cuales se resalta Sara) que esperaban en Dios lo hacían "estando [o al estar] sujetas a sus maridos". Estar sujetas a sus maridos requería fe en que Dios iba a sostenerlas a pesar de todo. Así que el punto no es simplemente si estoy sujeta a mi marido o no, sino más bien si estoy confiando en Dios o no. ¿Estoy confiando en que, aun si sé que mi esposo está equivocado, Dios me va a defender y guardar? Sara confió en Dios y Él la guardó de una forma milagrosa (Gn. 20:3-18). Nosotras no tenemos la seguridad de que siempre Dios nos vaya a librar de manera milagrosa, pero sí tenemos la seguridad de que "el Señor [nos] librará de toda obra mala, y [nos] preservará para su reino celestial" (2 Timoteo 4:18). ¿Qué más se puede pedir?