13.9.14

Meditaciones sobre la santidad de Dios



Intentar definir la santidad de Dios es nadar en aguas en las que no hacemos pie. Pienso que la razón por la que nos resulta tan difícil comprender la profundidad de la santidad de Dios por sobre sus demás atributos es porque éste es el atributo más "externo" a nuestras cualidades naturales. Me refiero a que podemos conocer, por ejemplo, algo del amor de Dios porque por naturaleza todos amamos; podemos conocer, en algún grado, su ira porque odiamos; podemos conocer su omnisciencia debido a que sabemos y entendemos cosas; podemos conocer su omnipotencia porque tenemos fuerzas, en mayor o menor medida. Y por "conocer" me refiero, obviamente, a "ver apenas el borde de"; pero, en cierto sentido, tenemos idea de lo que se está hablando porque conocemos el "material" en cuestión, aunque la infinidad de su valor escape a nuestros conocimientos.
Y cuando hablo de que nosotros también amamos, odiamos, conocemos y somos fuertes, en todo esto no niego que estas cualidades estén manchadas por el pecado en nosotros; lo cual no sucede en Dios. Pero en cierto grado, en Su gracia común, el Señor nos concede experimentar sentimientos de amistad, de justicia, etc. en esta tierra, como un recordatorio, tal vez, de la gloria perdida de la creación, y como un llamado a buscarle.
Pero ese no es el caso con la santidad de Dios; esta infinitamente gloriosa cualidad está reservada sólo para Él. No hay ser en la tierra que sea santo en sí mismo, sino sólo Él. Eso es lo que hace tan difícil de sondear la hermosura de este atributo: que está fuera de nuestro alcance. No es sólo que no lo conocemos en cantidad, como a los demás atributos, sino que tampoco lo conocemos en calidad. Se trata de un material del cual no conocemos.
El hombre natural no posee ni un gramo de santidad, sino que la Biblia da fe de que "vio Jehová que la maldad de los hombres era mucha en la tierra, y que todo designio de los pensamientos del corazón de ellos era de continuo solamente el mal" (Gn. 6:5). Y no sólo en el comienzo de los tiempos, sino que tanto el salmista David como el apóstol Pablo dieron fe de ésto varios siglos después: "No hay justo, ni aun uno… no hay quien haga lo bueno, no hay ni siquiera uno" (Ro. 3:10-18 cf. Sal. 14:1-3 y 53:1-3). Y, aún hoy en día, seríamos necios y nos engañaríamos a nosotros mismos si prefiriéramos pensar que nuestra sociedad está mejor que eso. Sólo basta con ver las noticias, o simplemente salir a la puerta, ¡o hasta mirarse en el espejo!
Ésto es lo que causó el pecado en nosotros. Y, exceptuando a Cristo y (a una distancia infinita) a Adán y Eva en su primer tiempo sobre la tierra, ningún ser humano sabe lo que es en esencia la santidad, a causa del pecado. Los ángeles sí son santos, pero sólo porque Dios los hizo así; no porque ellos lo ganaran.
Aun el mejor de los cristianos, cuando mira su propia santidad terrenal, por llamarla así, puede ver vaaaarios agujeros. Y si miramos a nuestra Justicia, que está en los cielos, Su santidad (¡nuestra santidad!) es hermosa y perfecta, pero es sólo por gracia e imputación divina que podemos llamarla "nuestra".
Así que, tratar de explicar la santidad de Dios es como si a mí se me pidiera que abra una computadora y la repare. Creo que por el bien de todos sería mejor que diga simplemente: "no sé", antes que hacer nada.
Entiendo que la santidad de Dios es lo que hace que Dios sea Dios, como dijo Lutero. Y, sencillamente, ante tan enorme misterio, lo mejor que podemos hacer (¡y lo único, de hecho!) es estar quietos y conocer que Él es Dios, mirarle a Él por salvación, adorarle y agradecerle por dejarnos participar de Su santidad (Sal. 46:10, Is. 45:22, He. 4:14-16).
¡Gloria a Dios!

3 comentarios: